Servicios de peluquería y masajes conviven con cuartos de tortura en las “granjas de estafa” del sureste asiático
Gestionadas por la delincuencia transnacional, esas empresas de explotación se han extendido por todo el sureste asiático, donde retienen contra su voluntad a personas a las que obligan a cometer timos y fraudes, además de esclavizarlas sexualmente.
Las redes de delicuencia transnacional organizada asentadas en el sureste asiático trafican con personas para obligarlas a cometer delitos o explotarlas sexualmente en empresas llamadas «granjas de estafa» que han proliferado en la región.
Se calcula que sólo en Filipinas hay unas 400 de estas empresas delictivas. Casi siempre operan de forma clandestina e ilegal junto a operaciones de juego en línea legales y autorizadas.
La proliferación de granjas de estafas en línea dirigidas a víctimas de todo el mundo es un fenómeno relativamente nuevo que estalló durante la pandemia de COVID-19.
En los últimos años, la Comisión Presidencial contra la Delincuencia Organizada de Filipinas (ha llevado a cabo redadas y clausurado docenas de operaciones de este tipo, y está colaborando con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) para estudiar formas de trabajar con otros países a fin de desarticular y desmantelar las granjas de estafa en países del sureste asiático como Filipinas, Camboya, Laos y Myanmar.
Noticias ONU visitó dos de los lugares intervenidos, uno en la capital filipina, Manila, y otro en Bamban, al norte del archipiélago. Habló con dos personas: Susan, filipina, y Dylan, de Malasia, que fueron coaccionadas para llevar a cabo estafas. También conoció a Winston Casio, de la Comisión contra la Delincuencia Organizada.
Los nombres de Susan y Dylan no son reales, se cambiaron para esta publicación con el fin de proteger su identidad.
Susan: Mi media hermana me engañó para que me fuera de casa y viajara a Myanmar, donde me prometieron un trabajo de marketing en su empresa. Resultó ser una granja de estafas y me vi obligada a trabajar para pagar las deudas de mi hermana, que había huido.
Creé un personaje falso: una joven rica afincada en Brooklyn, Nueva York, dueña de propiedades y negocios. Los encargados me dieron imágenes de una cuenta de Instagram para construir el personaje y me dijeron que contactara con hombres divorciados o solos en Estados Unidos y consiguiera que me transfirieran dinero. Esto es lo que se llama una «estafa amorosa». En las fotos, mi personaje siempre está de compras. Pero yo ni siquiera podía salir. Estaba atrapada dentro del edificio.
Nos dan guiones para usar en las conversaciones de texto, y cuando me dijeron que improvisara, usé una aplicación de gramática revisar que mi inglés fuera correcto. Si el cliente quiere conocerte por videollamada, tienen modelos que hacen el papel. También se trafica con las modelos.
Dylan: La mayoría no elige estar ahí. Tienes que trabajar hasta 16 horas al día, sobre todo porque tienes que contactar con clientes de distintas zonas horarias. Los jefes me dijeron que les hiciera invertir en un negocio ficticio de petróleo en Dubai y luego les robara el dinero.
Hay cuotas para la cantidad de dinero que debes estafar. Me fijaron un objetivo de 100.000 dólares al mes, y cuando no lo conseguí, me golpearon.
Winston Casio: Rescatamos a unas 680 personas en la granja de estafas de Bamban, pero creemos que varios directivos escaparon tras ser avisados.
Son operaciones enormes. A la gente no se le permite salir. Se le retiene contra su voluntad y se le obliga a cometer estafas y fraudes. Se trafica con mujeres como esclavas sexuales, y los responsables de una granja tenían lo que llamaban «el acuario», donde las mujeres eran exhibidas a la fuerza y luego elegidas por hombres para mantener relaciones sexuales.
Cada lugar es independiente y se proporciona todo. Por supuesto, hay dormitorios y cafeterías, pero también una peluquería, una clínica médica, un spa de masajes, una sala de juego y un karaoke VIP para altos directivos, donde pueden beber, cantar y socializar en habitaciones privadas.
A pocos metros, encontramos también una sala de tortura con esposas y manchas de sangre en las paredes, donde se castigaba brutalmente a los que no alcanzaban sus cuotas.
Susan: Estuve a punto de estafar a unos clientes, pero me sentí mal por ello, así que les avisé en secreto y le dije a mi jefe que me habían bloqueado de sus comunicaciones. Se enfadó y me golpeó con un tubo de metal. Mis heridas eran demasiado graves para ser tratada en la granja de estafas, así que me llevaron tres guardias a un hospital, pero no pude contarles a los médicos lo que me había pasado realmente. Todavía sufro el trauma físico y emocional.
Dylan: No ganaba nada, pero empecé a acumular deudas porque tenía que pagar la comida, que costaba entre dos y tres veces más en la granja de estafas que en el exterior. Me liberaron al cabo de un mes, durante una redada en las instalaciones.
Winston Casio: A veces es difícil saber la diferencia entre víctimas y estafadores cómplices. Hay casos en los que las personas son captadas contra su voluntad, pero que tras cuatro o cinco días de formación, adoptan la actividad ilegal y prosperan, y ganan dinero de verdad. La ley quiere ver esta situación en blanco y negro, pero hay muchas zonas grises.
Decir que esta problemática es un reto es quedarnos cortos ya que las redes de delincuencia organizada transnacional que gestionan estas instalaciones siempre van tres o cuatro pasos por delante de nosotros.
Se trata de un problema regional que ningún país puede resolver por sí solo. Estamos hablando de delincuencia organizada. Susan confirmará que el mobiliario y los equipos informáticos son los mismos en las instalaciones de Myanmar y Filipinas.
Los organismos encargados de hacer cumplir la ley de todo el sureste asiático necesitan colaborar y coordinarse, por eso es importante la UNODC. Esa dependencia de la ONU puede reunir a los países y aportar conocimientos especializados, por ejemplo, en investigaciones forenses digitales.
Susan: Hacia el final, me golpearon trece veces en un día. Yo sólo rezaba y rezaba mientras me golpeaban. Me obligaron a llamar a mis padres y pedirles que pagaran 7000 dólares por mi rescate, que era el costo de la factura del hospital. No tenían el dinero y les dije que no intentaran pagarlo. Les dije a mis jefes: «Mátenme».
No les importa la gente. Sólo les importa el dinero. Pero al final se dieron cuenta de que no tenía dinero y de que no les servía para nada, así que me dejaron marchar. Volví a Filipinas a través de Tailandia».
Susan trabaja ahora para la Comisión Presidencial contra la Delincuencia Organizada de Filipinas en Manila. Dylan ha aceptado ser testigo en una posible acción legal y espera regresar a su hogar en Malasia.
Fuente: https://news.un.org