Los dos Extremos de la Cadena de la vida. Niñez y Ancianidad en una Sociedad en Crisis
Por Juan Severo
El Día del Niño y el Día del Jubilado son fechas que, aunque a simple vista parezcan distantes, comparten un mismo espíritu. El reconocimiento de dos etapas fundamentales de la vida y la reafirmación de los derechos y el bienestar de quienes las transitan. Sin embargo, detrás de estas celebraciones, se esconde una realidad compleja que nos invita a reflexionar sobre cómo nuestra sociedad valora y protege a sus niños y a sus jubilados.
El origen del Día del Niño se remonta a la década de 1920, cuando la Liga Internacional de las Mujeres por la Paz y la Libertad propuso una jornada dedicada a la infancia para destacar la importancia de sus derechos y bienestar. Esta iniciativa, con el tiempo, ganó adeptos y, en 1954, la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó que cada país instituyera un Día Universal del Niño. La finalidad de esta recomendación era promover la fraternidad y la comprensión entre los niños del mundo, y reafirmar su bienestar. En Argentina, esta celebración comenzó formalmente en los años 60, y con los años, se ha convertido en una fecha esperada y celebrada, simbolizando el compromiso de la sociedad con el futuro y la felicidad de sus niños.
Por otro lado, todos los 20 de septiembre en Argentina se celebra el Día del Jubilado, también conocido como el Día del Trabajador Pasivo. Esta fecha tiene su origen en 1904, durante la presidencia de Julio Argentino Roca, con la sanción de la primera ley de jubilación. Esta ley reconoció por primera vez el derecho a una jubilación para los empleados públicos de la Nación, marcando un hito en la protección social de los trabajadores que, tras años de esfuerzo, alcanzaban la edad de retiro. La conmemoración del Día del Jubilado busca no solo recordar esta ley histórica, sino también reconocer el trabajo de quienes, tras décadas de esfuerzo, se encuentran en una nueva etapa de su vida, enfrentándose a desafíos y prejuicios que aún persisten en nuestra sociedad.
Ambas fechas nos invitan a reflexionar sobre cómo tratamos a los dos extremos de la vida. La infancia y la vejez. Mientras el Día del Niño se celebra con alegría y entusiasmo, llenando de actividades recreativas y culturales a los más pequeños, el Día del Jubilado suele pasar desapercibido, recordándonos el silencioso olvido al que son sometidos muchos de nuestros mayores.
Los niños representan la promesa del futuro, la esperanza de un mañana mejor. Es por ello que, como sociedad, invertimos en su educación, su salud y su bienestar. Sin embargo, a pesar de estas celebraciones, muchos niños en Argentina continúan viviendo en la pobreza, con acceso limitado a derechos básicos como la alimentación, la educación y la salud. La brecha entre la celebración y la realidad es, lamentablemente, amplia.
Por otro lado, los jubilados, aquellos que han dedicado su vida al trabajo y al esfuerzo, se enfrentan a una realidad igualmente dura. En una sociedad que valora a las personas por su capacidad de producir, los jubilados son vistos a menudo como pasivos, retirados e improductivos. La lucha por un reconocimiento digno de sus derechos, como el tan reclamado 82% móvil, sigue siendo una promesa incumplida. En lugar de disfrutar de una vejez digna, muchos jubilados en Argentina sobreviven con pensiones que apenas cubren sus necesidades básicas, enfrentando una vida que dista mucho de la tranquilidad y el respeto que merecen.
Es hora de que como sociedad reflexionemos sobre la coherencia de nuestras celebraciones y nuestras acciones. Si realmente valoramos a nuestros niños, debemos garantizarles un presente y un futuro digno, asegurando que todos tengan acceso a los derechos básicos que merecen. Y si realmente respetamos a nuestros jubilados, debemos luchar para que disfruten de una vejez tranquila y digna, con las condiciones económicas y sociales que se han ganado tras décadas de trabajo.
El Día del Niño y el Día del Jubilado no deben ser solo una fecha en el calendario. Deben ser un llamado a la acción, un recordatorio de que nuestra sociedad tiene una deuda pendiente con sus niños y sus mayores. Solo cuando logremos saldar esta deuda, podremos decir que realmente vivimos en una sociedad justa y equitativa.