Pablo Giesenow: “Los límites están en la cabeza”
El abogado cordobés superó un accidente en auto que lo dejó sin las dos piernas. Pese a la adversidad, pensó que estaba vivo y en sus afectos. "Son el motor para alimentar la fuerza de voluntad", afirmó por Radio Universidad. Practica running y trepó el Aconcagua, entre otros desafíos.
Desconocemos si Pablo Giesenow (48 años) leyó al poeta Almafuerte, pero bien le caben sus versos: «No te des por vencido/ ni aún vencido». Por que este cordobés y abogado, nacido en el pueblo de Viamonte, sufrió un accidente automovilístico en 2015 que le cambió la vida para siempre. Un viaje de Córdoba a Santa Cruz para darle una sorpresa a su papá que estaba a punto de cumplir años mutó en una pesadilla.
Pablo, manejaba en soledad su auto y de pronto se desató una tormenta, la ruta se inundó, perdió el control y se estrelló contra el guardarraíl. Testigos del siniestro pararon para ayudar, la señal del celular era débil para pedir ayuda y la ambulancia tardó media hora en llegar. Había perdido mucha sangre.
“Me cargaron en una ambulancia y me trasladaron a Santa Rosa, La Pampa. ¿Escuché al médico que preguntó si habían traído los miembros?”, rememora sin pesar, porque sabe que su historia puede servirle a alguien. Al otro día se despertó en la terapia. “Acepté desde el primer momento que había perdido las dos piernas en el acto, que era irreversible y valoré estar vivo”, cuenta con detalle en el programa «Lo primero que escuchás» con Hernán Garciarena por radio Universidad.
Por esas horas, llegaron sus padres, luego de un largo vieja desde Santa Cruz. Pablo vio como su padre y su madre celebraban que estaba vivo, por encima de todo. Esos padres que ya habían sufrido la pérdida de una hermana jovencita que se quitó la vida.
“Les quería dar una sorpresa al visitarlos y se las di, aunque no era lo que quería. Al final, ellos me sorprendieron a mí, ya que al ver que estaba con vida, se pusieron contentos”, evoca.
Pablo estuvo siete meses en silla de ruedas para hacer la rehabilitación. Su meta era volver a caminar. “Cuando pasan estas cosas uno siente nostalgia de las pequeñas cosas. Yo quería pararme para colgar la camisa”, confiesa. Es decir, volver a la normalidad, a las rutinas diarias que parecen nimias, pero cuando faltan se las valora.
«Nunca me victimicé»
Desde chico Pablo hizo deportes, jugó al fútbol en los clubes de su pueblo, Viamonte, y su estado físico lo ayudó a superar el accidente, según le aclararon los médicos. Pero, además, lo ayudó su optimismo de cuna, su espíritu para saber que “los límites están en la cabeza”. Pablo tiene tres hijos de 21, 18 y 3 años. Por cuestiones cronológicas los dos primeros compartieron con él los tiempos de la tragedia. Pablo aclara que desde el primer momento luchó para que no lo vieran rendido. “Nunca me victimicé”, subraya y destaca que el apoyo de su familia es “el combustible para alimentar el motor de la fuerza de voluntad”. Y también la ayuda de la gente, como aquel dueño de una ortopedia cordobesa que le proveyó de piernas ortopédicas para poder hacer running, por ejemplo.
Y así, empezó a correr en competencias de calle por todo el país, a dar charlas de autoayuda, a jugar al tenis y hasta trepar al Aconcagua para llegar al Valle de las Lágrimas, donde se estrelló el avión que llevaba a los jugadores de rugby uruguayos.
“Ahora hago más cosas que antes”, afirma con una sonrisa. Además, trabaja en el Tribunal de Cuentas de la ciudad de Córdoba y acepta nuevos desafíos como aprender a esquiar. No le teme al fracaso porque “lo contrario al éxito es no intentarlo”. Y sobrevuela de nuevo Almafuerte: “Si te postran diez veces, te levantas/otras diez, otras cien, otras quinientas: no han de ser tus caídas tan violentas/ ni tampoco, por ley, han de ser tantas”.