Argentina que te Han Hecho: Reflexiones sobre Cómo Llegamos Hasta Aquí
`Por Juan Severo
Desde que tengo uso de razón, siempre he escuchado que Argentina es un país rico. Que tenemos el mejor clima, la mejor tierra, y que, literalmente, “tirás una manguera y crece un zapallo”. Nos decían que éramos el “granero del mundo”, que producíamos la mejor carne y contábamos con vastos recursos naturales. Incluso un reconocido dirigente alguna vez aseguró que estábamos “condenados al éxito”. Sin embargo, a lo largo de nuestra historia, esa promesa de grandeza ha quedado, tristemente, incumplida.
Aunque el potencial sigue ahí, lo que ha fallado es nuestra dirigencia. Políticos, gremialistas y empresarios, en su mayoría, no han estado a la altura de las circunstancias. Han priorizado sus propios intereses, beneficiándose del país y de la fe que los ciudadanos hemos puesto en ellos. Porque sí, lo que los argentinos hemos depositado en ellos es fe, fe en el cambio, en un futuro mejor, a pesar de que una y otra vez nos han fallado. Nos prometieron bienestar, desarrollo y crecimiento. Pero la realidad nos ha mostrado lo contrario: pobreza, desempleo y una clase dirigente más enriquecida mientras el resto del país se empobrece.
Todos los presidentes que hemos tenido nos hablaron de la «pesada herencia», culpando a sus antecesores por los problemas que ellos mismos no lograron resolver. Nadie se hace cargo de sus propios errores. Siempre la culpa es del que vino antes. Así, hemos visto cómo aquellos que tuvieron en sus manos la posibilidad de sacar de la pobreza a millones de argentinos, solo lograron multiplicarla. Hoy algunos actúan como si recién descubrieran la pobreza, como si fuera un fenómeno nuevo, cuando la realidad es que muchos de ellos la ignoraron deliberadamente cuando tuvieron la oportunidad de hacer algo. Algunos incluso decidieron no medirla «para no estigmatizar» a los que sufrían, una negación tan absurda como cruel.
Nos enseñaron a querer, pero no a pensar. Nos inculcaron que Argentina era un país bendito, pero nunca nos enseñaron a cuestionar por qué, con tantos recursos y potencial, nunca logramos ser esa potencia que nos prometieron. Y me hago cargo de lo que digo: nuestra dirigencia nos ha fallado, pero nosotros, como pueblo, también hemos fallado al seguir creyendo en sus mentiras, en sus promesas vacías.
Hoy, tenemos un gobierno que llegó al poder de una forma que nadie podía haber anticipado. Un dirigente que logró la presidencia «puteando a todo el mundo», insultando, denigrando a sus rivales. Nos preguntamos cómo llegó hasta allí. La respuesta no es simple, pero tiene mucho que ver con la decepción hacia quienes lo precedieron. El nuevo presidente es, en gran medida, el resultado de la acumulación de fracasos de aquellos que tuvieron la oportunidad de hacer las cosas bien y no lo hicieron. No es solo el voto joven o una derechización de la sociedad lo que explica su llegada. Es el hartazgo de los ciudadanos, cansados de los engaños, la corrupción y las promesas incumplidas.
Hay quienes todavía hablan de «movilidad social ascendente». Pero la única clase que realmente asciende es la de algunos dirigentes, aquellos que salen del poder con mucho más de lo que tenían cuando entraron, mientras que la clase trabajadora sigue en caída libre. Los jubilados hoy viven con ingresos por debajo de la línea de indigencia, los maestros, médicos y profesores apenas logran sobrevivir. ¿Acaso nos empobrecimos en los últimos 10 meses o hemos venido perdiendo a lo largo de los últimos 40 años? Lo que vivimos no es el producto de un gobierno reciente, sino de una degradación paulatina y constante.
Este escenario no es un accidente. Es el resultado de décadas de malas decisiones, falta de planificación y un sistema que, lejos de representar el bienestar de la mayoría, ha privilegiado a unos pocos. Nos enseñaron a creer, pero no a pensar, y esa es una deuda que debemos saldar si queremos salir adelante.
Con estas líneas no busco más que hacer un llamado a la reflexión. Necesitamos mirar hacia atrás para entender cómo llegamos a este punto. Solo así podremos proyectar un futuro donde todos tengamos lugar. Un país donde la riqueza no sea solo un eslogan vacío o una promesa de campaña, sino una realidad compartida por todos. Pero para eso, necesitamos pensar críticamente y exigir que quienes nos gobiernan estén a la altura del desafío de construir una Argentina que funcione para todos y no solo para unos pocos.