De que se trata

Carnavaleando, una muestra sobre el caos saludable de los pueblos

“Durante estos días, en las calles, todos son iguales, las clases sociales se equiparan, los grandes son como niños”, sostiene Guido Piotrkowski, fotógrafo y autor de la muestra libre y gratuita que rescata la esencia de los carnavales de Latinoamérica.

Por Inés Hayes | Guido Piotrkowski es el autor de la muestra “Carnavaleando”, que se expone durante febrero en el salón Germán Abdala de la CTA, bajo la idea de la Secretaría de Cultura de la CTA Autónoma y de ATE Cultura. “El carnaval es rebeldía y subversión”, dice. Y cuenta cómo surgió la iniciativa y cómo el carnaval subvierte no solo los cuerpos sino también las ideas.

¿Cómo nació la idea de Carnavaleando?

—Fue surgiendo de a poco, a medida que el trabajo fue avanzando. El primer carnaval que cubrí fue el de Río de Janeiro en 2003, por cuenta propia cuando vivía en Brasil, donde viví cinco años, de 2001 a 2005. Llegué a vivir a Río en diciembre o enero, poco antes del carnaval, y estaba alojado en un hotelucho del barrio de Lapa, el centro de la bohemia de Río de Janeiro. Tenía unos pocos rollos de diapositiva, y siempre quise saber de qué iba el carnaval. Estuve yendo a ver los ensayos de los blocos, que son las agrupaciones barriales, los que salen en el carnaval callejero, y decidí que quería trabajar en eso, que me interesaba más que el Sambódromo.

Así que apenas arrancó el carnaval, salí a hacer fotos, a meterme en medio de los blocos, esa masa de gente que anima la fiesta en las calles de Río. A partir de ahí, pensé en hacer una trilogía del carnaval brasileño, sumándole al de Río, los de Olinda y Salvador. A Olinda fui en 2005. Después volví a vivir a Argentina. Y pude ir a Salvador en 2010.

Y después Latinoamérica…

—Sí, luego comencé a pensar en el trabajo de los carnavales de Latinoamérica, y Argentina paralelamente. Viajé a Montevideo, Oruro, Barranquilla, Panamá, y Barbados en el exterior; Tilcara, San Antonio de los Cobres, Gualeguaychú, Gualeguay y por supuesto registré Buenos Aires, donde vivo, en Argentina. Además de cubrir otras fiestas populares como La Tirana en el desierto del norte de Chile o la Fiesta de la Candelaria en Puno, Perú, que tienen bailes similares a las diabladas norteñas que se bailan en los carnavales. O el IntyRaymi en Cusco y Catamarca, Casabindo y varias Pachamamas en el norte Argentino, de Tucumán a Jujuy y Salta; o celebraciones como La Fiesta de Iemanjá, la diosa del mar en el pantéon afroamericano en Montevideo y Salvador de Bahía.

¿Cómo se lo toma el pueblo como manifestación cultural y política?

—Lo puedo resumir en una frase de Doña Teófila, integrante de la Comunidad Colla de San Antonio de los Cobres, de Salta, impulsora de los carnavales: “Por ahí, acá somos callados, sumisos, vivimos en los cerros, estamos en el campo. Cuando venimos al pueblo a buscar mercadería hablamos lo justo y necesario, pero para carnaval todo se transforma, nos olvidamos, no tenemos vergüenza, cantamos, hacemos todo lo que no podríamos hacer durante el año. Hay que sacar el diablo”.

O, como dice Walter Apaza, tilcareño, docente e investigador en materia carnavalera: “El carnaval es sagrado para el quebradeño. Es alegría y es identidad. Está muy arraigado y comprometido con el pueblo. No conoce edades: comienza en el vientre de su madre. Cuando nacés, te ponen en la espalda y te llevan a carnavalear”.

El carnaval es un evento único en el que, más allá de las diferencias, hay un común denominador. Durante estos días, en las calles, todos son iguales, las clases sociales se equiparan, los grandes son como niños.

¿Se puede definir como un arte popular?

—Es una manifestación cultural que aglutina muchas artes: las artes escénicas, el vestuario, la danza, la música, etcétera. Por su importancia como acervo cultural, por la posibilidad del desahogo que tiene la gente, las fiestas populares son necesarias para la unión de los pueblos. Cada carnaval tiene su impronta y sirve para rescatar cuestiones del patrimonio del país, más allá de la fiesta, el alcohol y el desenfreno, el carnaval es eso: la liberación, invertir los roles, que las clases sociales se mezclen. Por eso me interesa el carnaval callejero, porque ahí son todos iguales. Porque la música, la danza, los disfraces, la anarquía que de alguna manera reina en estos días es el combustible necesario para seguir adelante. Como me dijo un músico y viejo carnavalero bahiano: “Todos podemos cantar, bailar, disfrazarnos, sentirnos libres. Es un caos saludable”.

¿Qué es lo que más te llamo la atención de Jujuy y de Salta?

—La pasión, el desenfreno, las ganas de celebrar más allá de las duras realidades que tocan – o no—  vivir. La fiesta en un loop continuado, la gente que se va de sus casas cuando arranca el carnaval y solo vuelve el día que termina. La cantidad de músicos y bailarines populares que hay en estos pueblos. La efervescencia, la alegría, el desenfado. Y eso que dice Teófila, como pasan de ser gente callada, sumisa en algún punto, a personas totalmente desfachatadas.

¿Cómo han cambiado a lo largo del tiempo?

—No soy historiador así que no podría hacer un estudio de ese tipo. Creo, de todas maneras, que esto va acompañado de los cambios culturales de las mismas sociedades. Algunas músicas irán variando, o se irán agregando estilos, ritmos, danzas, pero la esencia, que es celebrar, no se modifica, no cambia, a pesar de que ciertos gobiernos de derecha y antipopulares quieran cortarla, como pasó en la dictadura en Buenos Aires y como de alguna manera está sucediendo ahora que redujeron la cantidad de corsos barriales. Pero como el carnaval es rebeldía y subversión, es protesta y diversión, no pasarán.

 

Sobre la muestra

Se puede ver hasta el 29 de febrero en el salón Germán Abdala de la CTA Autónoma (Bartolomé Mitre 748, CABA), de lunes a viernes de 10 a 20.

Con entrada libre y gratuita.

 

Fuente: https://canalabierto.com.ar

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