Milei, la oposición y el divorcio con la gente

Por Juan Severo
Mientras Javier Milei y su troupe de incondicionales se dedican a hurgar en cada rincón de la administración bonaerense buscando datos para desacreditar al gobierno de la Provincia de Buenos Aires, su objetivo real parece claro: encontrar el golpe certero para debilitar, derrotar o seducir a los votantes más distraídos de la política cotidiana. El manual es viejo: instalar un relato, amplificarlo en los medios amigos y esperar que cale en la opinión pública.
Pero mientras esto sucede, la oposición y aquí me refiero a toda la oposición, parece más concentrada en otra cosa: cuidar sus primeros lugares en las listas. Se destrozan en público y en privado, se acusan, se cruzan, pero sin mostrar una pizca de autocrítica sobre el recorrido y los resultados que han tenido quienes hace años ocupan bancas, despachos y espacios de decisión.
El problema es que afuera, en la calle, la realidad es otra. El pueblo observa. Y muchos, con razón, se preguntan:
¿No será hora de dar paso a nuevos dirigentes? Porque los hay, y muy buenos, en todos los partidos. Pero la política, como está hoy, parece un club cerrado que repite nombres y apellidos, aunque sus gestiones hayan dejado más frustraciones que logros.
Las instituciones políticas, que debería ser el motor del desarrollo democrático, cada vez suenan más lejos de la gente. Las agendas que discuten en pasillos alfombrados son ajenas a la vida diaria del ciudadano común. Mientras tanto, crecen los problemas reales: inflación, salarios que no alcanzan, jubilaciones miserables, inseguridad y un Estado que, en lugar de acercarse, se retira.
La pregunta que queda flotando es incómoda:
¿Seguirán peleando por sus sillas mientras el país se derrumba? ¿O se animarán a dar un paso al costado para abrirle espacio a quienes sí tengan ganas y compromiso de cambiar algo?
Porque la democracia no es propiedad de unos pocos. Y si los que están no lo entienden, la gente se los va a recordar… en las urnas.