Politica

Día del Jubilado en Argentina: entre la memoria y la resistencia

Por Juan Severo

 

El 20 de septiembre se conmemora en Argentina el Día del Jubilado, en recuerdo de la sanción de la Ley 4.349 de 1904, que dio origen al sistema jubilatorio con la creación de la Caja Nacional de Jubilaciones y Pensiones Civiles. Fue un hito histórico: por primera vez, el Estado reconocía que los trabajadores, al culminar su vida laboral, tenían derecho a un ingreso digno.

Sin embargo, 120 años después, esta fecha se vive con una mezcla de homenaje, bronca e impotencia. Lo que debería ser un día de reconocimiento hacia quienes construyeron el país con su esfuerzo, se transforma hoy en una jornada de lucha frente al vaciamiento de derechos.

La historia del sistema previsional argentino es también la historia de la puja entre dos modelos: uno solidario, basado en el reparto y la justicia social; y otro mercantil, ligado a los intereses financieros. Desde las AFJP de los noventa hasta el veto de Javier Milei a la movilidad jubilatoria en 2024, los jubilados han sido el termómetro de los rumbos económicos y políticos.

El episodio del banquete en Olivos, donde el gobierno celebró junto a 87 diputados el veto a los haberes, mostró con crudeza la desconexión entre la clase política oficialista y la vida real de millones de adultos mayores. El contraste fue brutal: mientras los legisladores brindaban con vino y carne, los jubilados —según los carteles en la puerta— apenas tenían pan y agua. Que el plato servido en esa mesa haya costado más que el aumento vetado no es un detalle menor: es una metáfora dolorosa del desprecio hacia los más indefensos.

La excusa oficial de la “estabilidad económica” solo revela el verdadero costo del ajuste: jubilados que deben elegir entre comer o comprar medicamentos. Y lo más grave es el mensaje que deja para las nuevas generaciones: que una vejez digna ya no es un horizonte posible, sino un derecho en retirada.

Los cacerolazos y la consigna “robar a los jubilados es un crimen social” marcan que este debate ya no es sectorial. Es un cuestionamiento profundo a un modelo que festeja el sacrificio de los más débiles mientras premia la complicidad legislativa.

El Día del Jubilado, entonces, deja de ser una efeméride nostálgica y se convierte en un símbolo de resistencia. Nos interpela como sociedad con una pregunta incómoda pero urgente:

¿Queremos un país que honre a quienes trabajaron toda su vida, o uno que los condene a la pobreza mientras aplaude banquetes de poder?

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