De que se trata

Milei, el mercado del cuerpo y la tragedia de los valores en el poder

Por Juan Severo

 

 

Tenemos que reconocerlo: Javier Milei está haciendo lo que dijo que iba a hacer. Esa es, quizás, la parte más cruel de esta historia, no estamos frente a un presidente que engañó en su campaña y luego se desvió de su promesa; lo verdaderamente grave es que Milei está cumpliendo con la lógica que defendió siempre la mercantilización total de la vida.

Defendió, sigue defendiendo, la posibilidad de vender órganos, vientres o incluso el cuerpo entero como si fueran bienes de consumo. Para él, el cuerpo humano es la “primera propiedad privada”, por lo tanto, susceptible de ser transaccionado en el mercado, bajo esta visión alguien sin recursos podría “sobrevivir” vendiendo un riñón, lo que para cualquier sociedad democrática es una tragedia, para Milei es “libertad”.

En un debate televisivo con Juan Grabois, el presidente fue todavía más brutal, “El trabajador tiene dos opciones: trabajar entre 10, 14 horas por dos mangos o cagarse de hambre”, no hay derechos, no hay justicia social, no hay equidad: sólo un mercado despiadado donde se impone la ley del más fuerte.

En otra entrevista, llegó al extremo de declarar que no le importa de dónde provienen los dólares, aunque sea del narcotráfico, peor aún, reivindicó a contrabandistas como “héroes” y aseguró que la mafia tiene códigos que el estado no tiene. Admirar a Al Capone y al contrabando como formas “eficientes” de organización social no es un exabrupto: es la continuidad lógica de una cosmovisión que considera que todo, absolutamente todo, es transaccional. Todos estos datos son vertidos de diferentes entrevista que participo el presidente en campaña electoral.

Este es el drama que nos interpela como sociedad: ¿Qué valores estamos aceptando cuando la máxima autoridad del país glorifica la mafia, el contrabando, la explotación laboral y la mercantilización de la vida humana?

Un llamado a no resignarnos

Llegó el momento de dejar de mirar para otro lado, no alcanza con indignarse ni con murmurar en voz baja que “las cosas están mal”. Lo que está en juego no es solo la economía: es el contrato social, la dignidad humana y la democracia misma.

La historia demuestra que cuando se naturaliza que las personas deben elegir entre vender su cuerpo o morirse de hambre, se deja de hablar de libertad y se comienza a vivir en la barbarie.

El desafío es inmenso, pero también lo es nuestra capacidad colectiva, jóvenes, trabajadores, jubilados, estudiantes, organizaciones sociales y sindicales, no es el problema de un sector, es el problema de todos.

El Mileísmo quiere convencernos de que el futuro se reduce a un mercado sin reglas donde la vida se negocia como mercancía. Nuestra tarea es recuperar la política como herramienta de justicia, y el trabajo como sinónimo de dignidad.

Porque si aceptamos vivir bajo la lógica de la mafia y el contrabando, lo que hipotecamos no son solo generaciones futuras: hipotecamos la condición humana.

 

 

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