Cuando el dolor se transforma en acción: diez años del femicidio de Julieta Mena
A una década del asesinato de la joven de Ramos Mejía, su madre cuenta cómo transformo el duelo y la pérdida en acciones contra la violencia de género, manteniendo viva la memoria de su hija y exigiendo justicia por las víctimas.

Hace diez años, el femicidio de Julieta Mena marcó un antes y un después en la vida de su familia. Para su madre, Marcela Morera, el dolor no fue parálisis, sino punto de partida. En medio de la tragedia, decidió “aprender de derecho, de género y de violencia machista”. Se vinculó con otras madres de víctimas, con refugios y organizaciones locales y regionales, y participó en actividades de visibilización. Convertirse en activista no fue una decisión planificada desde antes, sino una necesidad urgente: “Tenía que encontrar un motivo para seguir viviendo”, reconoce.

Marcela es una de las fundadoras de la organización “Atravesados por el Femicidio”, que reúne a familiares de víctimas para acompañarse, reclamar políticas públicas, justicia, y para que sus hijas, y otras víctimas, no caigan en el olvido.
El crimen de Julieta
Julieta fue asesinada a golpes por su novio, Marcos Mansilla, el 11 de octubre de 2015, en Ramos Mejía, La Matanza. Tenía 22 años y estaba embarazada de tres meses, pero solo la pareja lo sabía.

Cada visita al cementerio es un recordatorio de su ausencia: “Si no voy me da culpa; si voy, me duele todavía más”, confiesa Marcela. Ese dolor profundo, que al principio parecía insuperable, poco a poco se convirtió en un motor de acción. Lo que comenzó como un sufrimiento privado terminó generando conciencia social sobre la violencia machista que atraviesa muchas vidas sin visibilidad.
De la tristeza a la movilización
El femicidio de Julieta y del bebé que crecía en su vientre -su madre se enteró después de la autopsia- traspasó lo familiar y llegó a la comunidad. Organizaciones feministas, vecinos y medios se movilizaron para acompañar a sus seres queridos. Cada marcha y acto de recuerdo sirvió no solo para homenajearla, sino también para visibilizar una problemática estructural: la violencia de género. La historia de Julieta no quedaría en silencio y su pérdida se transformaría en fuerza colectiva.
Entre la tristeza y la indignación surgieron los primeros pasos de la militancia. La familia comenzó a participar en reuniones con legisladores, charlas en escuelas y campañas de concienciación en redes sociales. El objetivo era prevenir que otras mujeres pasaran por lo mismo.

El duelo también se tradujo en memoria activa. Murales, plazas y encuentros comunitarios recuerdan a Julieta mientras cumplen un doble objetivo: homenajearla y generar conciencia. Marcela destaca que “la ausencia de Julieta se siente todos los días”, pero cada iniciativa la ayuda “a no quedarse en la tristeza”.
La visibilización de la violencia es uno de los pilares de esta lucha. Los femicidios no son hechos aislados, sino parte de un patrón estructural que requiere atención social, política y judicial. En lo que va del 2025, según el registro del Observatorio Lucía Pérez hubo 205 femicidios y transfemicidios.
Luchas compartidas
El mismo día que Mansilla mató a Julieta también fue el travesticidio de Diana Sacayán, referente histórica de la comunidad LGTBI. Por eso, se realizó un acto conjunto en San Justo, en el marco de la Marcha del Orgullo, para reforzar la memoria y la prevención. “Recordar que estos crímenes tienen un denominador en común: mujeres y diversidades asesinadas por la violencia patriarcal” es el objetivo de la iniciativa según un comunicado de Atravesados por el Femicidio.
Las redes sociales y los medios digitales han ayudado a mantener viva la memoria de Julieta, conectando generaciones y sensibilizando sobre la violencia de género. Videos, campañas y publicaciones educativas generan conciencia y fomentan la reflexión sobre la importancia de denunciar y actuar frente a situaciones de riesgo.
También desde la organización trabajan para lograr justicia en todos los casos que acompañan y ejercen presión social para que los responsables sean juzgados y que no queden impunes. La exigencia de justicia no es solo personal, es un mensaje para la sociedad: no tolerar la violencia de género y proteger a quienes podrían ser las próximas víctimas.

La militancia también ha sido un espacio de aprendizaje y resiliencia. “Aprendimos que el dolor no desaparece, pero puede ser un motor para cambiar algo”, asegura Marcela. Esa transformación del duelo es el mensaje central de la familia: el sufrimiento puede dar origen a conciencia, prevención y solidaridad colectiva. El dolor inicial se transformó en legado, aunque sin dudas, la ausencia siempre duele.
Texto: Lourdes Lovotrico
Esta nota fue escrita en el marco del Taller de Gráfica VI de la carrera de Comunicación Social de la UNLaM.



