“El olvido que seremos”: la muerte injusta de un hombre bueno
La Colombia convulsionada por el narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares fue un ambiente hostil para los humanistas y soñadores como Héctor Abad Gómez.
Héctor Abad Gómez era un médico sanitarista y docente universitario colombiano. Sus formas eran amables, de abrazos y besos fuertes con sus hijos. Era un optimista empedernido, convencido de que la ciencia debía transformar la vida de los humildes. Por eso, militante del Partido Liberal, defendió los derechos humanos. Hasta promovió la instalación de aguas sanitarias para terminar con las pestes que azotaban a la población.
La Colombia convulsionada por el narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares se había convertido en un ambiente hostil para los humanistas y soñadores como Abad Gómez. En una emboscada a plena luz del día, unos sicarios lo asesinaron el 25 de agosto de 1987. Tenía 66 años. Había sido amenazado por denunciar crímenes contra dirigentes sociales y militantes de izquierda. Pero se había guardado el secreto para que su familia no se preocupara.
El homicidio del médico dejó un vacío profundo en su entorno y, en especial, en su hijo Héctor Abad Faciolince. Con “El olvido que seremos” (Alfaguara, 2005), el escritor, nacido en Medellín en 1957 se propuso hablar de su vida y de la de su madre y hermanas al lado de esa persona tan especial que se había ido tan pronto al cielo.
En una entrevista a la Cadena Ser de España, Faciolince manifestó: “A mi padre lo mataron por defender cosas muy elementales. Cosas que a uno le parecerían normales, pero que sonaban muy subversivas en la Colombia de 1987. Incluso para algunos en la Colombia de hoy. Era una persona sencilla, un médico sanitarista que vacunaba, que nos enseñaba a lavarnos las manos”.
Felicidad perdida
La novela evoca esos episodios cotidianos y la relación de complicidad entre el hijo y su padre. También la relación con las hijas mujeres, los políticos y colegas de la universidad. La historia tiene esa pátina de nostalgia que también se siente en la película “Roma” o en “El gran pez”. La figura del padre señorea.
Héctor Abad Faciolince es capaz de transmitir las emociones y las costumbres de una sociedad que se desarrolló entre los años 70 y 80 del siglo anterior. Para los que eran niños o adolescentes en esos tiempos, se huele un perfume a café con leche y pan tostado con manteca que, pese a las distancias, sabe igual en cualquier país vecino.
Faciolince deja en claro que sus padres eran el día y la noche en sus formas de ser. Su papá era el lírico y su madre, la persona realista que cuidaba la casa y los ahorros familiares. La mujer emprendió una administración de edificios para obtener tranquilidad económica y, a su vez, permitir que el médico sanitarista pudiera seguir soñando.
La amargura por la felicidad perdida y el deseo de justicia no son obstáculos para que haya recreos de alegría y esperanza. El lector se dará cuenta de que, tras el llanto, sobreviene la carcajada impetuosa del médico sanitarista que quería la felicidad para su gente.