A 50 años del asesinato del Padre Mugica, un faro en los barrios populares de La Matanza
La figura del Padre Mugica se erigió en vida como la de un destacado referente de una Iglesia cercana a los sectores más vulnerables y más humildes.
Este sábado 11 de mayo se cumplen 50 años del asesinato del Padre Carlos Mugica. Nacido en el seno de una familia aristocrática (Mugica Echagüe), Carlos no pasaba desapercibido: sus rasgos físicos y su vestimenta no iban de la mano con lo que se pensaba para un miembro de la Iglesia.
Así, bajo el lema Carlos “Mugica vive en el corazón de su pueblo”, el Equipo de Curas de Villas y Barrios Populares de la Argentina, junto con vecinos del Barrio 31 del barrio porteño de Retiro, realizarán este fin de semana una serie actividades para recordarlo.
Padre Mugica: un poco de historia
El Padre Mugica, luego de estudiar en el Colegio Nacional de Buenos Aires, se anotó en la carrera de Derecho de la UBA. En 1951 largó esos libros para agarrar la Biblia. Ingresó, así, en el Seminario Metropolitano de Buenos Aires, del que salió siendo ordenado sacerdote el 20 de diciembre de 1959.
Con una destacada formación teológica, el párroco supo vincularse desde temprano con los miembros de la Juventud Estudiantil Católica. Allí militaban algunos de los que más tarde fundarían Montoneros: Mario Firmenich, Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus.
Junto a ellos y otros jóvenes, Mugica realizó en 1966 una importante misión a Tartagal, en el Chaco salteño. Se interiorizó de la situación de la población local y brindó ayuda para que pudieran buscar alternativas en un contexto de exclusión social extrema.
Dos años después, durante un viaje de estudios a París, se vio envuelto en el Mayo Francés, protestas que no esquivó. Desde allí también se enteró del surgimiento del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, al que se uniría poco después.
El encuentro del Padre Mugica con Perón
En aquel viaje por Europa, pudo conocer al exiliado expresidente Juan Domingo Perón en la mítica residencia de Puerta de Hierro, en las afueras de la ciudad española de Madrid. Afincado en la Villa 31 -actual Barrio 31-, desde la Capilla Cristo Obrero realizó una destacada tarea pastoral, enfocada en acercarse a los vecinos de ese barrio popular, pero no para quedarse encerrado allí: solía visitar otros lugares para tejer lazos con sus pares y otros asentamientos.
Por esa razón, su figura comenzó a tomar relevancia tanto en el grupo de curas villeros, como en el Movimiento Peronista. Sin embargo, en medio del incremento de la violencia a comienzos de la década del 70, Mugica terminó mostrándose abiertamente en contra de la «opción armada» como modalidad para enfrentar a los sucesivos gobiernos militares y concretar el retorno del general Perón.
«Estoy dispuesto a morir pero no a matar», fue la frase que sintetizó su pensamiento en ese sentido. Al encabezar la misa de despedida de los abatidos montoneros Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus, en septiembre de 1970, Mugica pidió perdón y confesó que se sentía en parte responsable del camino que habían seguido aquellos jóvenes. Luego, fue detenido e incomunicado. Pero eso no lo frenó y continuó con su militancia.
El párroco fue uno de los que estuvo en el avión de Alitalia que aterrizó en Ezeiza el 17 de noviembre de 1972 para traer de regreso al líder del PJ tras largos años de exilio. En las elecciones del año siguiente estuvo a punto de integrar la lista del FreJuLi como candidato a diputado nacional.
Diferencias
Ya con Perón en el Gobierno, las diferencias internas en el ya oficialismo se incrementaron. Desde el ala derecha del peronismo se impulsó la creación de Alianza Anticomunista Argentina (AAA), que se encargó de perseguir y asesinar a dirigentes de los sectores vinculados con la Tendencia Revolucionaria: políticos, artistas, intelectuales, militantes y curas.
La decisión de renunciar a la asesoría que brindaba al Ministerio de Bienestar Social, a cargo de José López Rega, en medio de una multitudinaria asamblea villera, lo terminó de enfrentar con los sectores reaccionarios del peronismo y se convirtió en blanco de la Triple A. Distanciado también de los integrantes de la cúpula de Montoneros, Mugica sabía que su vida corría peligro y que una bala podría encontrarlo en cualquier momento.
«Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y su Iglesia, luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición», supo pronunciar el Padre Carlos, luego de que el 2 de julio de 1971 una bomba explotara frente al edificio de Gelly y Obes 2230 donde vivía su familia.
El asesinato
Tras un largo recorrido de amenazas en privado y en público, el asesinato finalmente se concretó el 11 de mayo de 1974 cerca de las 20.30. Mugica salía de dar su tradicional misa de sábados por la noche en la Iglesia San Francisco Solano, ubicada en Zelada 4771, en el barrio porteño de Villa Luro, y se dirigía hacia su Renault 4L azul.
«Padre Carlos», lo llamó una persona que minutos antes había estado escuchando la misa. El cura se dio vuelta y al ver que quien lo llamaba lo estaba apuntando con una ametralladora soltó un insulto en forma de grito.
«Fuerza, Ricardo, que salimos»
La ráfaga impactó de lleno en el cuerpo de aquel hombre alto y rubio, que cayó desplomado y empezó a derramar su sangre frente a la Iglesia, mientras el grupo que había ido a asesinarlo emprendía la huida en un Chevy verde. Una de las balas que salió de aquella ametralladora también alcanzó el cuerpo de Ricardo Capelli, uno de los amigos más cercanos a Mugica.
El Citröen 2CV de un vecino ofició como una suerte de ambulancia improvisada: allí cargaron a los heridos Mugica y Capelli y también se subieron el padre Carlos Vernazza -otro integrante del grupo del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y quien estaba a cargo de la Iglesia de Villa Luro- y María del Carmen Artero, compañera de militancia del párroco de la Capilla Cristo Obrero.
«¡Apurá, apurá!», gritaba Capelli, quien con una mano presionaba su herida de bala y con la otra flameaba por la ventana un pañuelo para tratar de que se liberara un poco la avenida Alberdi. El auto iba sobrecargado y sobreexigido, pero no paró su marcha a toda prisa hasta llegar al entonces Hospital Salaberry, en el vecino barrio de Mataderos. «Fuerza, Ricardo, que salimos», le dijo Mugica a Capelli, estando juntos uno en cada camilla del centro de salud.
Una gran cantidad de disparos habían impactado contra el párroco en el abdomen, tórax y el brazo izquierdo. El Padre Carlos no salió vivo, pero allí comenzó a acrecentarse su figura, persistente al paso del tiempo. Tiempo después, Capelli daría el nombre del asesino de Mugica: el comisario Rodolfo Eduardo Almirón, custodio del poderoso ministro de Bienestar Social e integrante de la Triple A, López Rega.
El autor material del crimen estuvo escondido a plena luz del día en Valencia, en España, hasta que en 2009 fue extraditado y alojado en el Penal de Ezeiza, donde murió el 11 de junio de 2009.
«Padre Carlos Mugica. 11 de mayo de 1974. Después de celebrar la misa, cayó aquí víctima de aquellos a quienes molestaba su ardiente palabra y acción impulsadas por la fuerza del Evangelio en favor de los humildes del pueblo. ´Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz…´», reza la placa que recuerda el lugar donde fue baleado el referente de los curas villeros.
Un faro para los barrios matanceros
“Los curas villeros fueron a buscar a Jesús en donde siempre se encuentra, entre los últimos de la fila. Mugica vive en el Hogar de Cristo. Vive en la comunidad organizada. Mugica vive en el corazón del pueblo”, enfatizaron desde la parroquia matancera San José.
En esta línea, el titular de la organización religiosa local, el Padre Nicolás “Tano” Angellotti, sumó: “Tenía un compromiso con los más pobres, por la lucha contra la injusticia”. “La importancia de su sacerdocio es que era un cura de los pies a la cabeza. Todo lo que vivía en su capilla, en su barrio, en las opciones que tuvo en su vida, incluso hasta derramar su sangre, fue una opción y modelo sacerdotal: la intención de vivir en la villa y compartir la vida con nuestros hermanos de los barrios populares”, agregó.
Y cerró: “Esto marcó un nuevo modo de hacer iglesia que hoy Francisco lo pone en el magisterio de la iglesia universal. Mugica es el mártir y patrono del equipo de curas de las villas y barrios populares del país porque le tocó entregar la vida, como a Jesús”.
Con información de la agencia Noticias Argentinas.