Carolina Winograd: “No se trata de negar la edad, sino de dejar de darle el poder de definirnos”
La especialista en bienestar, escritora y cantante acaba de publicar su nuevo libro “Vivir sin fecha de vencimiento”. “Es un llamado a transformar cómo pensamos la salud, la edad y el rol de las mujeres en la sociedad”, explica en esta charla.

Por Inés Hayes | En su libro Vivir sin fecha de vencimiento (Planeta), Carolina Winograd invita a resetear cuerpo, mente y espíritu para liberarnos del estigma del paso del tiempo que pesa sobre las espaldas, sobre todo de las mujeres y diversidades. A través de su historia personal y de herramientas prácticas basadas en ciencia, medicina tradicional china, neurociencia y sabiduría emocional, la autora nos guía a un viaje de autoconocimiento. En esta entrevista habla de cómo los mandatos sociales del sistema van en contra de nuestro bienestar y de nuestro deseo.
¿Cómo nació la idea del libro?
-La idea de Vivir sin fecha de vencimiento nació de un recorrido muy personal, pero también de escuchar y trabajar con cientos de mujeres a lo largo de los años. En todas encontré un patrón común, más allá de la edad, de la clase social o del contexto: el peso de mandatos que nos condicionan, la autoexigencia que nos desgasta y la sensación de que siempre tenemos que dar más o ser distintas para valer. Ese patrón, todavía hoy, nos sigue enfermando y quitando calidad de vida.
Porque como digo en el libro y también compartí en la presentación en el Congreso de la Nación: lo que deteriora nuestra salud y nuestra vitalidad no empieza a los 50 o 60 años. Implosiona ahí, pero arranca mucho antes, en la infancia, en la pubertad, en las exigencias que nos marcan desde chicas. Por eso Vivir sin fecha de vencimiento busca desarmar esa herencia cultural que nos quiere discretas, muchas veces invisibles o descartables, y darnos herramientas para cuidarnos mejor, querernos más y recuperar la vitalidad y la autonomía en cada etapa.
Escribirlo fue también un acto político: un recordatorio de que no se trata de adaptarnos al sistema que nos exprime hasta secarnos, sino de reconfigurarlo. Y que vivir más años no alcanza si no podemos todavía vivirlos con dignidad, libertad y autenticidad.
¿Cómo pasaste de pensar la edad como una condena a una oportunidad?
-Durante mucho tiempo pensé —como muchas— que la edad era sinónimo de pérdida. Así lo aprendimos culturalmente: que envejecer era apagarse, resignarse y esperar, porque además lo vemos así todo el tiempo. Pero los avances de la ciencia sobre longevidad, la epigenética e incluso todo lo que estamos aprendiendo en los últimos años sobre cuánto más y lo bien que viven otras poblaciones en las Zonas Azules, me llevaron a comprender otra realidad. Hoy sabemos que nuestro deterioro no está escrito en los genes como un destino biológico inmutable. Está profundamente influenciado por cómo vivimos: el estrés que sostenemos, la alimentación que elegimos, el descanso que no nos damos, las emociones que acumulamos sin validar y hasta los mandatos que cargamos desde la infancia.
Eso significa que gran parte de lo que asociamos con el “envejecimiento inevitable” es, en realidad, consecuencia de estilos de vida y de creencias culturales que podemos transformar.
No se trata de negar la edad, sino de dejar de darle el poder de definirnos, de darnos el permiso de transformarla en una oportunidad: una invitación a resetear hábitos, soltar viejas exigencias y construir una manera de vivir más alineada con lo que somos y con quienes queremos ser.
Y ese es el espíritu de Vivir sin fecha de vencimiento: demostrar que la vitalidad no tiene fecha límite cuando dejamos de delegar nuestro poder en el paso del tiempo, cuando dejamos de comprar sin cuestionar la historia que nos cuentan quienes lucran y viven de nuestro envejecimiento patológico, cuando recuperamos la conexión con nosotras mismas.
¿Cómo está siendo tomado sobre todo por las mujeres de mediana edad?
-Creo que el libro tiene lectoras de todas las edades, y a todas toca fuerte. En el Congreso una muchacha de 94 años divina vino a conocerme porque estaba encantada con la idea de que no “somos un yogur” -como digo en el libro- y que no tenemos fecha de vencimiento.
Particularmente, las mujeres de mediana edad lo reciben como un bálsamo. No porque les prometa magia, sino porque les devuelve poder sobre su propia historia. Lo que más me dicen es que se sienten validadas. Dejan de creer que pierden porque ganan años y empiezan a comprender que lo que les pasa no es una debilidad personal, sino consecuencia de un sistema que las sobrecarga, poniéndonos todo el tiempo bajo la lupa. Y ahí aparece algo transformador: la esperanza. Porque si es consecuencia, entonces puede cambiarse.
Muchas me escriben para contarme que, al leer el libro, empezaron a hacer pequeños cambios: desde ajustar sus rutinas de descanso o su forma de alimentarse, hasta tener el coraje de salir de relaciones que las asfixiaban y de las que no sabían cómo irse. Eso para mí es lo más poderoso: no se trata solo de teoría, sino de un movimiento que empieza en la vida cotidiana.
Por eso digo que Vivir sin fecha de vencimiento no es solo un libro. Es un espejo que nos muestra con honestidad lo que venimos cargando, y a la vez, una caja de herramientas que nos ayuda a soltar peso, bajar la inflamación y recuperar energía vital, y que también nos enseña a trabajar en nuestra mente para que sea una aliada y no una boicoteadora serial. Y cuando una mujer recupera esa energía, cambia su manera de trabajar, de vincularse y de mirarse. Se enciende de nuevo, y se vuelve imparable.

¿En qué estás trabajando ahora?
Ahora estoy enfocada en tres cosas que me apasionan profundamente.
Por un lado, seguir difundiendo esta libro y llevarlo a más espacios, incluyendo educativos y políticos, como la reciente presentación en el Congreso de la Nación—, porque creo que el mensaje del libro trasciende lo personal: es un llamado a transformar cómo pensamos la salud, la edad y el rol de las mujeres en la sociedad.
Mi misión hoy es generar un cambio positivo que se plasme en hábitos cotidianos que realmente mejoren la vida de las mujeres y, con ellas, la de sus comunidades y familias, por eso, además sigo creando programas y talleres prácticos que son de fácil implementación.
Y además, estoy trabajando en un nuevo disco de tango. Cantar siempre fue una forma de expresión y de sanación para mí, y hoy lo vivo como otra manera de compartir este mismo mensaje: que la edad no nos limite, que podamos seguir creando, explorando y desplegando nuestra voz —literal y simbólicamente— en cada etapa de la vida, con menos crítica y más permisos, sin que nada ni nadie nos defina, nos condicione o nos limite, ni siquiera nosotras mismas.
Fuente: https://canalabierto.com.ar