De caudillos y presidentes: el eterno péndulo entre el poder central y las provincias

Por Juan Severo
La historia argentina parece condenada a repetirse, una y otra vez, con distintos nombres, trajes y escenarios. En el siglo XIX, fueron los caudillos provinciales quienes se plantaron frente al centralismo porteño para defender la autonomía de sus pueblos. Hoy, más de un siglo después, los gobernadores vuelven a ponerse de pie, esta vez frente a un presidente que concentra el poder, ajusta sin miramientos y grita “viva la libertad” mientras aprieta el bolsillo de las provincias.
Durante el siglo XIX, los conflictos entre las provincias y el gobierno central no eran una cuestión meramente administrativa: eran una verdadera lucha por el modelo de país. ¿Una Argentina unitaria, desde y para Buenos Aires, o una federación de provincias con voz y voto propio? Caudillos como Facundo Quiroga, Estanislao López o el mismísimo Artigas no pelearon solo por poder, sino por el derecho de sus pueblos a ser parte del proyecto nacional sin ser pisoteados.
Las batallas de Cepeda, Pavón o Caseros fueron más que combates militares: fueron símbolos de una tensión estructural entre el centro y la periferia, entre el despacho porteño y el interior profundo. Y si bien con el tiempo se consolidó una república formalmente federal, en los hechos, el unitarismo económico y político nunca desapareció del todo.
Hoy, bajo el gobierno de Javier Milei, esa vieja disputa vuelve a encenderse. Solo que ahora no hay lanzas ni caballos, sino declaraciones explosivas, recortes presupuestarios, amenazas en redes sociales y un ajuste feroz que golpea directamente a las provincias. El Presidente acusa a los gobernadores de ser parte de “la casta”, de gastar de más, de no querer hacer el “sacrificio necesario” para lograr el tan mentado superávit fiscal. Ellos, por su parte, reclaman lo que les corresponde: coparticipación, obras paralizadas, subsidios eliminados, fondos recortados sin previo aviso.
Y no se trata solo de una disputa de egos o de poder. Lo que está en juego es la viabilidad misma de muchas provincias, que no pueden sostener hospitales, escuelas o rutas con discursos de TikTok. La economía real no se arregla con likes ni con insultos. Mientras en el Congreso se discuten leyes que les dan aún más poder al Ejecutivo y menos recursos a las provincias, en el interior el pueblo paga con hambre, desempleo y falta de servicios.
La historia enseña que un país no puede construirse de espaldas a su territorio. Que los pueblos que no son escuchados, más temprano que tarde se rebelan. Que la Nación no es una suma de planillas de Excel sino un entramado complejo de identidades, culturas y necesidades diversas. Que no hay libertad posible sin justicia territorial. Y que, como advertía el viejo Alberdi, el centralismo excesivo solo genera resentimiento y desintegración.
El siglo XIX nos dejó una lección: cuando se ignora la voz del interior, cuando se desconoce la autonomía de las provincias, cuando se reduce el federalismo a un sello en la Constitución, el país se rompe. No en términos formales, pero sí en términos sociales y políticos.
El Presidente Milei tiene derecho a impulsar su modelo de país. Pero no tiene derecho a arrasar con las provincias en nombre de una eficiencia económica que solo beneficia a unos pocos. Los gobernadores tampoco son santos: muchos de ellos han manejado sus territorios como feudos. Pero en esta puja, es el pueblo el que queda en el medio. El que pierde el colectivo, la beca, el hospital, la obra pública.
Quizás sea hora de retomar el espíritu federal de aquellos caudillos. De exigir una Argentina más equitativa, donde la voz del norte, del sur y del oeste pese tanto como la del microcentro porteño. Porque un país no se salva desde una oficina en la Capital, se construye desde cada rincón, con cada provincia de pie, con cada pueblo escuchado.
Ayer fueron los caudillos. Hoy son los gobernadores. Mañana, quizás, seremos nosotros, el pueblo, el que tenga que volver a exigir lo que corresponde: una Nación que no olvide que su fuerza está en la diversidad y en la justicia territorial.
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