De que se trata

De Messi a Scaloni: una lección de humildad para la política

Por Juan Severo 

Esta semana será clave para los partidos y alianzas políticas que intentan definirse de cara a los desafíos venideros. Pero más allá de los acuerdos y desacuerdos, hay algo que parece haberse instalado como patrón de época: el narcisismo de muchos dirigentes, la obsesión por ocupar los primeros lugares, el ego desmedido que bloquea cualquier construcción colectiva.

Y como argentino futbolero que soy, no puedo evitar trazar un paralelo con la Selección Nacional. Porque el fútbol, como la política, también tiene que ver con equipo, con roles, con humildad y con proyecto. Y porque la historia reciente de nuestra “Scaloneta” nos dejó una gran lección que bien podrían aprender algunos armadores de listas.

Durante años tuvimos al mejor del mundo, Lionel Messi. Pero la estrategia de cada DT era simple: armar un equipo en torno a él. Que Messi lo resuelva todo. Que él cargue con la presión. Que él gane el partido. Y aunque tuvimos momentos brillantes, no alcanzó. No se ganaba. Porque un crack aislado no alcanza si el resto no se siente parte, si no hay una identidad colectiva, si no se juega en equipo.

Y entonces apareció Lionel Scaloni. Sin experiencia, sin pergaminos, sin “espalda” como decían algunos. Nadie  quería agarrar. Lo tildaban de improvisado. Pero ese “pibe”, sin cartel ni trono, armó un grupo. Le devolvió al plantel la idea de familia, de compañerismo. Hizo que Messi jugara, se divirtiera, pero sin la mochila de tener que salvarnos solo. Lo sumó al equipo. Y el resto… bueno, ya todos sabemos cómo terminó la historia: Copa América, Finalissima, Mundial.

Esa historia, que parece tan lejana a la política, hoy resuena con fuerza. Porque en este escenario preelectoral no vemos muchos Scaloni, pero sí demasiados que quieren ser Messi sin siquiera haber hecho un pase. Demasiados que quieren encabezar, pero no jugar para el equipo. Demasiados que priorizan el “yo” sobre el “nosotros”.

La política necesita menos vedetismo y más humildad. Menos caudillos y más organizadores. Menos selfies y más trabajo territorial. Necesita gente que entienda que no se gana solo, que sin equipo no hay proyecto. Que no alcanza con ser brillante si no se construye algo común. Que el desafío no es llegar, sino transformar.

Hoy, cuando los partidos se debaten entre listas, nombres y cargos, sería bueno mirar hacia ese equipo campeón que nos devolvió la alegría. Y preguntarse: ¿Qué rol estoy dispuesto a jugar? ¿Puedo dejar mi ego en el vestuario y salir a la cancha pensando en el conjunto?

Porque como en el fútbol, la política también es un deporte colectivo. Y cuando los proyectos se construyen desde la generosidad, cuando se juega con humildad y compromiso, los resultados llegan. Aunque al principio nadie lo crea.

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