De qué hablamos cuando hablamos de Riquelme
Román aparece como una resistencia no sólo para los hinchas de Boca. Es un líder político-futbolístico, con su club en el centro de la batalla, en un contexto de liderazgos populares corroídos. Cuando apaciguó la violencia en Rosario, se interpuso entre la hundida sociedad civil y el Estado que destruye Javier Milei.
“¡Salí de acá que te van a lastimar!”, le dice el hombre, los ojos irritados por el gas pimienta, mientras lo abraza en medio del caos en la platea del estadio de Newell’s. Juan Román Riquelme, quien bajó de su palco para poner el cuerpo y frenar la represión, le pide a los policías, un muro de contención entre las hinchadas de Boca y de Gimnasia La Plata, que bajen las armas. Y a la barra brava y a los hinchas de Boca, que retrocedan. Ya hay heridos con balas de goma. El presidente de Boca se refriega los ojos, porque él también fue gaseado. Es “el último 10”. Y “el jugador N° 12”.
Líder de masas, cada quien eligió ver a Román convertido a su antojo. En Lenin, en Perón. O en Jesucristo, cuando después de calmar las aguas y hasta de indicar hacia la cancha que todo estaba ok para que siguiera el juego, volvió a su palco y, en el roce de los cuerpos, los hinchas lo tocaron como si fuese un salvador. “El hincha de Boca es increíble conmigo, y si tengo que pararme ahí adelante para que no me lastimen a los hinchas, lo voy a hacer -dijo Riquelme a la mañana siguiente del pase de Boca a la semifinal de la Copa Argentina-. Es parte de mi vida, lo que me tocó. Es lo que tenemos que hacer todos; ayudar para que el fútbol argentino se pueda disfrutar con las hinchadas de los dos equipos y para que entendamos que el fútbol es un deporte”.
El 18 de diciembre de 2023, Riquelme ganó con el 65% las elecciones de un club argentino con más votantes en la historia (46.402), la segunda a nivel mundial (Barcelona, 57.088, 2010). Javier Milei, entonces flamante presidente argentino, fue a votar a Mauricio Macri (que no fue a votar-se). El gobierno de Milei quiere tomar por asalto a la AFA. Para los que balbucean que “no hay que meter a la política en Boca”: la “política” -la “casta”- se mete con Boca. El miércoles, Milei repitió: “Dejé de ser de Boca (sic), cuando cierto personaje volvió y cuando apareció un cinco que tenía menos marca que La Salada”. Hablaba de Riquelme y de Fernando Gago, actual DT de Boca. Pero volvamos a la política (de Boca).
Muchos socios remarcaron que, en los octavos de final de la Copa Libertadores 2015, el entonces presidente Daniel Angelici se refugió en la manga de la Bombonera después del episodio del gas pimienta. Y que en 2018 aceptó que se jugase (en Madrid) la final de vuelta de la Libertadores (de América) luego de que hinchas de River apedrearan al micro de Boca camino al Monumental. Que Angelici, delfín de Macri, era “el que estaba preparado”, no “el negro”, como lo llamaba Macri a Riquelme en sus primeros tiempos de futbolista. En 2009, cuando no jugaba por una fascitis plantar, llegaron a decir -a mentir- que había pisado una brasa en un asado. Ya dirigente, inventaron que Riquelme había echado a Fernando Gayoso, entrenador de arqueros, después de que dejase el cuerpo técnico de Primera División. Gayoso sufre esclerosis lateral amiotrófica (ELA), había vuelto en 2020 a Boca con Riquelme vicepresidente, y aún trabaja en el club. Gayoso ayudó a Leandro Brey a estudiar a los ejecutantes de penales de Gimnasia en los cuartos de final de la Copa Argentina.
El Riquelme presidente de Boca apareció como una resistencia no sólo para los hinchas de Boca. Y no sólo para los hinchas de otros clubes (son muchos, incluso de River). Es Riquelme, líder político-futbolístico, con Boca en el centro de la batalla, en un contexto de liderazgos populares corroídos. Sectores del Partido Justicialista (PJ) aprovecharon su intervención de poder para capitalizar su liderazgo y llevárselo a su huerta seca de representatividad. Riquelme es de Boca, de los socios y de los hinchas de Boca, sean peronistas, radicales, de izquierda o lo que fuese (y de aquellos a los que les “pesa”, y muy a pesar de que les pese).
“Estaba en la popu de Gimnasia. Fue un alivio. Estuve en la noche de hace dos años, en la que hubo gases y tiros en el Bosque en un partido con Boca que se suspendió, y cuando empezó el quilombo todos vimos de vuelta esa película. Si no se metía Román, pintaba para terminar igual, para salir esquivando gases y tiros. No llegaba a ver porque estaba medio lejos, en la otra esquina, pero en un momento todo se calmó”, me cuenta Pablo Friedman, hincha del Lobo. El 6 de octubre de 2022, César “Lolo” Regueiro, hincha de Gimnasia, murió de un infarto en medio de la represión de la Policía Bonaerense en las afueras del Bosque. María Zentner, periodista y licenciada en Crítica de Artes, recordó después de la irrupción de Riquelme en la platea de Newell’s: “Le tengo cariño desde una vez en 2012 que lo atendí en la parrilla de Palermo en la que trabajaba y la forra de la jefa no dejó salir a saludarlo a los pibes de la cocina (que estaban enloquecidos). Le pregunté si no podía él firmarles y se levantó y fue a saludarlos”. En una parrilla o en una cancha, Riquelme se pone en el lugar de “los otros”. Contempla, piensa, actúa, resuelve. Como en Rosario, cuando también apaciguó a la barra de Gimnasia, que tampoco avanzó hacia el “combate”, y cuando hizo entrar en razón a los policías.
La prensa construye “realidad”. Durante décadas, la violencia en el fútbol se redujo -se simplificó por conveniencia o por pereza mental- a las barras bravas, a “los inadaptados de siempre”. No es la única violencia, pero es más cómodo señalar -estigmatizar- a la barra que tocar el poder mediático, político y judicial. El poder “real”, infatigable en tergiversar y propiciar el odio. Por los incidentes en Rosario, Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de la Nación, sancionó con la prohibición por dos años de ir a las canchas a Fabián “Topadora” Kruger y a Fernando “Lana” Gatica, de La 12. “Solución” punitivista. Ariel Scher, autor del ya clásico Fútbol: pasión de multitudes y de elites (1988) junto al sociólogo Héctor Palomino, había apuntado en Meta luego del Boca-Gimnasia: “Las barras son un mundo en el que circulan excedentes económicos de los negocios legales o ilegales del fútbol y de bastante más que el fútbol. Pero no se agotan en esos líderes: funcionan como territorios de identidad, de ser parte de algo, de tener un sitio en el mundo para sus miembros más jóvenes, chicos que consiguen ser alguien dentro de algo en una sociedad de descartes de toda índole. Resulta comprobable para cualquiera que deje de opinar a la distancia y converse con esos pibes de las barras: nada es lineal, todo es complejo”.
Riquelme asume en su presidencia -al menos hasta 2027- el desafío futbolístico siempre exigente y no exento de errores (Boca puede quedar por segundo año consecutivo sin clasificar a la Libertadores) y, a la vez, la cada vez más necesaria ampliación de la Bombonera (el miércoles, la Asamblea de Representantes aprobó el balance 2023/2024 con un superávit de más de 22 millones de dólares).
En su weltanschauung -en la filosofía alemana, una forma de concebir el mundo y la vida-, Riquelme abarca, desde el juego y apenas como muestra, un caño que no se había visto antes y que no se volvió a ver después (giro y, de espaldas, taco-caño a David Charles Pérez, de Rosario Central, en 1999) y, más allá, una legión de admiradores-soldados. O de Apóstoles de Román, libro editado en 2024 por Fútbol Contado Ediciones. “Román cede el primer plano, aparece cuando menos se lo espera y cuanto más se lo necesita en la historia, tal como a veces lo hacía en sus tiempos de jugadores”, escribe en el prólogo Juan José Panno. Y uno de los personajes del cuento “El lexicógrafo”, del apóstol Diego Tomasi, expresa: “Román nunca reclama con la mano derecha, la derecha es para jugar, para dar indicaciones a los compañeros, para pensar. La mano derecha de Román es artística, la izquierda es política”. A propósito de escritores y de Román, Juan José Becerra escribió en su columna en el elDiarioAR tras el armisticio riquelmista en Rosario: “Entonces, hizo su anunciación la presencia flotante de Juan Román Riquelme. Una aureola de neón giraba sobre la oscuridad de su figura. En pocos segundos se activó un protocolo espontáneo de distanciamiento entre los metales más calientes de la escse interpuso entre la hundida sociedad civil y el Estado que destruye Milei.ena. Todo lo que hizo fue mantener las distancias, que se mantuvieron hasta que el campo de batalla quedó libre de peligros. Porque la defensa de los suyos nunca exige la supresión de los otros”. En otra lectura, se interpuso entre la hundida sociedad civil y el Estado que destruye Milei.
Riquelme dijo una vez, en relación al juego: “La gente tiene el derecho a disfrutar”. Y, otra vez, en referencia a mucho más que el fútbol: “Uno se puede enamorar de una mujer a los 15, a los 20, a los 30, a los 40. O de otra persona, porque tampoco tiene nada de malo si te enamorás de alguien de tu mismo… ¿no? Pero cuando amás al fútbol y te hacés hincha de chiquito es hasta el último día de vida, eso no lo cambiás más”. De qué hablamos cuando hablamos de amor se titula uno de los relatos del escritor estadouniodense Raymond Carver publicados en un libro de título homónimo en 1981. Cuando hablamos de Riquelme -porque “tener poder es que la gente te quiera mucho”, como él mismo definió- también hablamos de amor: de un amor construido a base de amor. A un club, a un equipo; a lo popular, a lo colectivo. Al fútbol.
Fuente: https://www.tiempoar.com.ar