Sociedad

Diciembre, navidad, desesperanza y después…

Postal de una jornada más. Retrato de un día cualquiera. Recuerdos de hoy mismo. Sensaciones de algún momento. Año 2024, Buenos Aires, Argentina.

Por Leopoldo Lozano | Luego de intentar estacionar por más de media hora decidí dejar el auto en un estacionamiento para ir a cambiar un regalo por encargue. Con el peor de los ánimos encaré por el Once con pasos largos y acelerados para resolver el tema lo más pronto posible. Antes de llegar a la avenida principal veo que cuatro policías de la Ciudad tienen en el piso sentada contra la pared a una mujer muy desmejorada, flaquísima y con un rostro que impide adivinar su verdadera edad. Tenía puesta la camiseta de River o de Perú. No logré distinguirla, iba muy rápido. Desaceleré mi caminata, frené y me di vuelta. Veo que otros transeúntes caminan sin darle importancia a la escena, esquivando el bulto que ocasionaban la mujer y el grupo de agentes. Seguí mi camino un tanto desorientado, no sabía si mi indiferencia estaba bien o mal. Sentí culpa por pasar por ahí. Metros antes de llegar a la esquina vi más policías. A su lado había un grupo de tres hombres durmiendo o recostados en el piso en situación de calle. Ya en la esquina, veo un patrullero cruzado en contra mano y escucho una discusión entro dos hombres y una mujer. Eran extranjeros. Creo que peruanos. Ahí deduje que la mujer detenida tenía la camiseta de Perú. Volví a frenar, giré y extendí la vista unos 30 metros para ver de nuevo la escena. La mujer seguía tirada en el piso, no había ningún vecino que fuera en su ayuda o que reclame por ella. Imaginé que los peruanos que estaban al lado mío eran sus compañeros y que la discusión estaba vinculada a la mujer detenida. Como nadie pedía por ella me fui pensando que seguramente ella era culpable de algo que no ameritaba ninguna escena escandalosa por parte de sus vecinos. Mi culpa disminuyó y seguí camino al negocio.

Crucé la avenida esquivando autos y micros que venían por todos lados. Del otro lado de la avenida había todavía más personas tiradas en el piso. Mujeres con niños. Una adolescente embarazada y descalza. Otros dos hombres unos metros más al costado. Un escenario repleto de miseria, la suficiente para escribir estas líneas. Entro al negocio. Era una tienda enorme de ropa para toda la familia, muy desordenada y con carteles con precios bajos. Pido cambiar la prenda. Me dicen que ya se habían superado los 30 días de cambio y que se cumplieron dos días antes. Insistí tibiamente como para indignarme un poco pero me aclararon que ellos explican detenidamente los tiempos para hacer los cambios. Me deseó una buena jornada, le respondí lo mismo pero hablando casi para adentro.

Salí y volví a cruzar  la avenida. Encaré para hacer el mismo recorrido. Estaba todo igual, incluso la multitud, parecía que eran las mismas personas que antes. Miles dando vueltas, chocándose y girando sobre su eje buscando precios bajos para paliar las fiestas. Algo nuevo para el arbolito. Con inflación o sin inflación. Acercándome a la esquina veo que el patrullero ya no estaba. Cuando doblo llego a divisar el bulto de 3 o 4 policías que seguía con la mujer. Encaro directo y al pasar, casi saltando sobre ellos, veo que dos mujeres policías tenían a la detenida con la cara contra el piso y una de ellas apoyando la rodilla en su espalda. Imaginé su vista mirando el mundo desde una baldosa, como una cámara filmando desde el piso. Pero chillaba. Chillaba de dolor como las chicharras. Un sonido agudo. Y cada vez más bajo.

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