“El hombre piensa y repiensa…”

Por Juan Severo
Hace años, las reuniones de la dirigencia política solían comenzar por lo grande: un análisis de la situación mundial, luego el continente, después la nación y por último, el territorio local. Hoy quiero intentar el ejercicio inverso: partir de lo cotidiano, del barrio, de La Matanza y levantar la mirada hacia aquello que parece volverse incomprensible en el mundo. Porque lo que nos pasa acá no es un problema aislado: es un síntoma de un tiempo en el que la política perdió capacidad de dar sentido y proyecto.
Siempre cito a José Larralde porque en sus milongas aparecen las preguntas que muchos callamos: ¿Qué le pasa a la humanidad cuando soldados disparan a civiles que buscan algo para comer? ¿Cómo es posible que la vida humana sea tan desechable en algunos rincones del planeta? Estas preguntas nos traen un espejo incómodo: la brutalidad internacional tiene su correlato en la brutalidad local.
ONU, OEA: ¿para qué sirven?
La Organización de las Naciones Unidas y la Organización de los Estados Americanos nacieron con una promesa: evitar la barbarie, garantizar la paz y defender los derechos. La ONU, con sus 193 miembros, y la OEA, como foro continental, deberían ser instrumentos de mediación, de prevención y de cooperación. Sin embargo, cuando los intereses geoestratégicos o económicos pesan más que la defensa de la vida, las instituciones se muestran frágiles. Eso no las invalida, pero obliga a preguntarnos por su eficacia real y por la responsabilidad de los Estados en ponerlas en funcionamiento para proteger a los más vulnerables.
La guerra y la miseria no son fenómenos lejanos
Aunque en América del Sur no vivimos guerras abiertas, padecemos otras violencias: el narcotráfico, la trata, la desintegración de barrios por el crimen organizado. Nuestra provincia, y La Matanza en particular, sufrieron estos días la sacudida de un triple crimen que conmocionó a todos. La noticia desencadena la lógica habitual: responsabilidades que se tiran de jurisdicción en jurisdicción, comunicados, promesas, y luego el olvido. Pero la seguridad no es solo tarea de un Ministerio o de una fuerza policial: es un asunto comunitario. No alcanza con señalar culpables desde la distancia: necesitamos urgencia en políticas integrales.
La mezcla de actores en el barrio
En nuestros barrios conviven maestros, médicos, enfermeros, trabajadores judiciales, fuerzas de seguridad, dirigentes gremiales, comerciantes, vecinos organizados… y, también, quienes se lucran de la desesperación ajena. Ese cohabitar exige una respuesta colectiva: no podemos seguir delegando en otros la responsabilidad del lugar donde vivimos. La seguridad, la convivencia y la protección a la infancia requieren que nos hagamos cargo como vecinos y como sociedad organizada.
Propuestas para dejar de esperar y empezar a actuar
No planteo soluciones mágicas, pero sí pasos concretos que pueden y deben impulsarse desde ya:
- Presupuestos participativos por localidad: que los recursos se discutan y decidan en cada barrio, con mecanismos claros, transparentes y vinculantes. No más “caja chica” para punteros: presupuesto público y rendición de cuentas.
- Delegados vecinales electos y con mandato: elegir por voto secreto a representantes barriales que coordinen con municipio y provincia; no meros nombramientos, sino representantes legítimos y rotativos.
- Consejos barriales de seguridad y convivencia: reuniones periódicas en las que participen comisarios locales, concejales, dirigentes sindicales, organizaciones sociales, iglesias, defensa civil y vecinos. Objetivo: planificar prevención, iluminación, control de espacios públicos y respuesta temprana ante conflictos.
- Políticas integrales para la juventud: centros culturales, talleres laborales, deporte popular, programas de empleo local. Quitarle jóvenes al delito pasa por ofrecer alternativas reales y sostenidas.
- Coordinación interjurisdiccional: cuando un problema supera los límites municipales (tránsito, narcotráfico, logística delincuencial), debe activarse una mesa integrada por municipio, provincia y Nación. No más discursos fragmentados: gestión articulada.
- Auditoría social de recursos y contratos: que la comunidad tenga acceso y pueda auditar cómo se gastan los fondos públicos en su localidad.
- Refuerzo de la educación pública y la formación cívica: volver a poner en el centro la escuela pública como semillero de ciudadanía. Educación que forme para trabajar, para pensar y para convivir.
La política como herramienta de emancipación
La política dejó de ser, en muchos casos, una herramienta para transformar la realidad y se convirtió en una carrera de egos y privilegios. Eso hay que denunciarlo y cambiarlo. Hacer política significa organizar, disputar ideas, acordar y construir. Y para eso necesitamos liderazgos que bajen a la cancha, que escuchen y que respondan con actos y no con slogans.
No deleguemos nuestra vida
Voy a decirlo con claridad: esperar que “alguien” solucione todo desde un escritorio nos condena a la resignación. La responsabilidad es de todos: de las instituciones, sí, pero sobre todo de las comunidades que se atrevan a tomar la palabra y a exigir cumplimiento. Reuniones de barrio, control ciudadano, participación en el presupuesto y capacidad de fiscalizar pueden ser la diferencia entre reproducir violencia y construir convivencia.
Un llamado final
A los vecinos y vecinas de La Matanza, a los trabajadores, a las organizaciones sociales, a las iglesias, a las escuelas: es tiempo de dejar de quejarse y empezar a construir. No se trata de proyectos imposibles: se trata de voluntad. De exigir que las instituciones funcionen, de elegir representantes con compromiso real y de articular esfuerzos para defender la vida y el futuro de nuestros pibes.
La Argentina se reconstruye desde abajo, desde las plazas, desde las mesas barriales, desde la escuela y el hospital. No esperemos que los de arriba solucionen todo: pongámonos de pie y hagamos lo que nos corresponde. Si no lo hacemos ahora, ¿cuándo?
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