¿Hasta cuándo vamos a seguir comiéndonos el verso?

Por juan Severo
Una vez más, la puesta en escena del Gobierno Nacional parece escrita más para la televisión que para los ciudadanos. Esta vez, con la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich a la cabeza, aplicando a rajatabla su famoso “protocolo antipiquetes”, supuestamente para garantizar la libre circulación. Pero cuando la realidad se impone, el relato se cae a pedazos.
Este miércoles, como todos los miércoles desde hace más de 30 años, un grupo reducido de jubilados se reunió en la Plaza de los Dos Congresos para reclamar por lo que les corresponde: una jubilación digna. No eran más de 30 personas. A eso de las 12 del mediodía ya estaban presentes —aunque la convocatoria oficial era para las 15 hs, pero desde temprano la ministra y su gente les prohibían el paso a todos los que intentaban circular. Hombres y mujeres grandes, muchos con bastones, otros con mochilas colgadas y banderas viejas pero firmes. Ningún “peligro” a la vista. Ningún delito. Solo dignidad en los pies y memoria en las manos.
Y sin embargo, la avenida Entre Ríos fue cortada. Vallas por todos lados. Ni autos ni peatones podían circular libremente. ¿Dónde quedó la tan mentada “libertad de tránsito” que dicen defender? ¿Quién impidió la circulación esta vez? ¿Fueron los jubilados o fue un operativo policial desmedido que colapsó toda la zona?
Para colmo, en medio del caos, una ambulancia quedó atrapada. ¿No era ese el argumento estrella de Bullrich? Que con los piquetes las ambulancias no podían pasar. Hoy, no hubo piquete, pero sí un protocolo absurdo que generó el mismo —o más— caos. ¿Y ahora qué van a decir?
Que no nos sigan mintiendo. Que no nos corran más con el verso de los jubilados, los hinchas de fútbol, los movimientos sociales o el supuesto “peligro inminente” de la protesta. El protocolo antipiquetes no garantiza derechos: disciplina al pueblo. Estigmatiza al que reclama. Criminaliza la pobreza y la disidencia.
Lo que pasó hoy frente al Congreso fue una postal del absurdo. Mientras unos pocos viejos luchadores intentaban hacerse escuchar, el Estado les respondió con vallas y amenazas de gases y despliegue policial. A ellos, que desde hace décadas caminan despacio pero firmes por una vejez digna.
La careta se cayó. El discurso oficial ya no se sostiene.
No hay “orden”: hay autoritarismo.
No hay “libertad”: hay censura callejera.
No hay “igualdad ante la ley”: hay mano dura selectiva.
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