Juana Manuela Gorriti
Los tiempos de las guerras civiles y de la introducción del Romanticismo en el Río de la Plata fueron los de la aparición de las primeras escritoras argentinas. La más destacada de ellas fue Juana Manuela Gorriti, cuya vida reúne los más variados elementos de esa época.
Nació el 15 de junio de 1816, en la hacienda salteña de Los Horcones propiedad de su padre, José Ignacio Gorriti, por entonces principal lugarteniente de Martín Miguel de Güemes y, luego, su sucesor en el gobierno. Su infancia estuvo marcada por las sucesivas invasiones realistas a la provincia, la lucha de los “Infernales” y las disensiones entre la “Patria Vieja” a la que adhería su padre y la “Patria Nueva” de los opositores a Güemes.
Algunas de esas vivencias quedaron registradas en sus escritos: “Delante de la puerta se hallaba un grupo de hombres del campo y algunos soldados, que al verlo llegar se precipitaron a su encuentro, gritando con delirante entusiasmo ¡Güemes! iGüemes! ¡Viva Güemes! iViva nuestro general! Y lo rodearon unos de rodillas, descalzándole las espuelas, otros besando sus manos, otros el puño de su espada. Mi madre, seguida de sus hijos corrió a abrazarlo con la ternura de una hermana. […] “¿Y mi niño?”, gritó la madre pálida y sin aliento. “Mi pobre Rafael, ¿qué habrá sido de él?” Sin embargo, Güemes logró calmar la angustia de mi madre, asegurándole que el niño llegaría sin ningún peligro a los brazos de su padre; pues la guerra, al aproximarse a su fin, se había regularizado, y no existía ya en ella el vandalaje. Muy lejos estaba él de esa convicción que fingía para consolar un dolor que su hermoso corazón comprendía muy bien. Entretanto, la noticia de su presencia en Horcones se esparció con increíble rapidez; y en menos de una hora, la casa y sus cercanías estaban llenas de una multitud ansiosa que pedía con gritos entusiastas la dicha de contemplar al héroe, ídolo de los corazones y columna de la patria. Él les salió al encuentro, afable y sencillo en su grandeza, tendiéndoles los brazos y llamando a todos por sus nombres, con esa prodigiosa memoria que sólo poseen los grandes capitanes, y que tan mágico poder ejerce sobre las masas populares”. 1
Esa infancia en medio de las guerras no impidió, sin embargo, que estudiase francés, religión y literatura, en un beaterío de la capital provincial. Algunas lecciones corrían por cuenta de su tío, Juan Ignacio. Aunque sus primeras experiencias con la educación no fueron de lo más gratificantes. Así se refiere Juana Manuela al comienzo de su instrucción formal: “Fue para mí un día de duelo. Me anunciaron que era necesario abandonar mi vida agreste, libre como los vientos, y cambiar los inmensos horizontes en que la pasaba por el estrecho recinto de un colegio de monjas.
¿Qué iba a ser de mí entre aquellas figuras severas e impasibles? Su principal intención sería ahogar mi querida turbulencia e imponerme su propia inmovilidad”.2
Para entonces, José Ignacio Gorriti había llegado por tercera vez al gobierno de la provincia, cargo que ejerció entre 1827 y 1831. Aunque de tradición federal, las disputas interprovinciales lo llevaron a quedar alineado en la Liga del Interior, unitaria, que desde Córdoba encabezaba el “Manco” Paz. Al producirse en 1831 la victoria federal, la familia debió exiliarse en Tarija, Bolivia.
Allí, Juana Manuela conoció a Manuel Isidoro Belzú. Se casaron en 1833, y desde entonces tendrían tres hijas (una de ellas, fallecida en la infancia) y una relación tormentosa, cruzada de acusaciones mutuas de infidelidad y separaciones. Belzú llevó una intensa vida militar y política, en medio de las “convulsiones de los nuevos estados americanos”, cuyas causas morales inquietaban a Juan Ignacio Gorriti. Entretanto, Juana Manuela comenzaba a hacerse conocer por su cultura en las tertulias de las ciudades de Sucre (la antigua Chuquisaca), Oruro y La Paz, donde sucesivamente residió. En 1841, el presidente José Ballivián Segurola designó a Belzú gobernador de Cobija. Los motivos políticos eran que temía la influencia del militar que había ayudado a llevarlo al poder. Pero las asiduas visitas del presidente a Juana Manuela mezclaron un affaire sentimental con las razones de Estado, y el escándalo llevó a la separación de Belzú en 1843.
Juana Manuela decidió irse con sus hijas a Lima, donde se ganó la vida enseñando a leer y a escribir a las “niñas” de las familias más acomodadas. Por entonces también inició su carrera literaria. En 1845, la Revista de Lima dio a conocer su primera narración, “La quena”, cuyo tema central es la disputa entre dos hombres por el amor de una mujer. Puede considerárselo el primer texto narrativo publicado por un autor nacido en lo que hoy es territorio argentino, ya que El matadero, de Echeverría -generalmente considerado la primera expresión del género-, no sería conocido sino póstumamente. A partir de entonces, fue dando a conocer sus textos, entre ellos uno de los primeros folletines sudamericanos, Peregrinaciones de un alma triste.
Entretanto, Belzú se había convertido en un político popular, a quien sus seguidores -sobre todo entre los pobres- bautizaron “Tata” (padre). En 1848 se hizo de la presidencia de Bolivia, la que gobernó hasta 1855. En ese período intentó reconciliarse con Juana Manuela, que se negó a regresar. Sin embargo, cuando en 1865 Belzú fue asesinado durante su intento por recuperar el poder, su ex mujer volvió para recuperar su cuerpo y organizar a sus seguidores, que la llamaban “Mamay”. La revuelta fue derrotada, y Juana Manuela debió regresar a Perú en forma clandestina para no ser capturada.
Nuevamente en Lima, se convirtió en el centro de la “bohemia” local. Las primeras escritoras peruanas (Clorinda Matto de Turner, Carolina Freyre de Jaimes, entre otras) la tomaban como su modelo, y era respetada por el mundo literario limeño que tenía entonces a Ricardo Palma como su principal exponente. Tras la caída de Rosas, su nombre empezó a ganar reconocimiento también en Buenos Aires, adonde viajó por primera vez en 1874. Dos años después, el editor Casavalle dio a conocer la primera edición de Panoramas de una vida, dos tomos que incluían distintas obras de Juana Manuela, entre ellas una biografía de Belzú, relatos de las guerras civiles sudamericanas y un Divino perfil de Camila O’Gorman, uno de los primeros rescates literarios de su figura.
Juana Manuela estaba de vuelta en el Perú cuando se desató la Guerra del Pacífico, que enfrentó a ese país y a Bolivia con Chile por las ambiciones de las compañías que explotaban el salitre en lo que entonces era la salida al mar del territorio boliviano. Finalmente, se radicó en Buenos Aires en 1884, donde fallecería en 1892.
Cuenta Analía Efrón:
“Los poetas de Buenos Aires difundieron tiempo después la leyenda de las últimas palabras de Juana Manuela. En la habitación en que los amigos velaban noche a noche a la enferma, bajo la penumbra de una lámpara que ardía frente a la imagen de la Virgen de las Mercedes, sólo se oía el lúgubre rumor del tic-tac de un viejo reloj de pesas. La víspera del último día, Guido Spano le dejó al despedirse un ramo de violetas que llevaba en su traje de poeta.
-Estas flores son mis últimas violetas -dijo Juana Manuela. Luego extendió su mano a Vicente Quesada.
-Pobres manos mías, tan secas y rugosas -dijo.
-Yo las veo tan bellas y tan blancas como el día que las vi por primera vez, cuando me deslumbraron sus encantos –le constó su amigo.
-Son sueños que pasaron, su realidad es el recuerdo –repuso ella
-No es el recuerdo -la interrumpió Quesada-, es el amor.
-Es muy tarde para pronunciar esa palabra -murmuró Manuela-. Mi alma ha abierto ya sus alas a la muerte.
Cerró los ojos y no los abrió ya más” 3.
Referencias:
1 Félix Luna (dir.), Juana Manuela Gorriti, Colección Grandes Protagonistas de la Historia Argentina, Buenos Aires, Planeta, 2001, pág. 26.
2 Analía Efrón, Juana Gorriti. Una biografía íntima, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pág. 25.
3 Analía Efrón, op. cit, págs. 212 y 213.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar