La Democracia Argentina en Crisis: Reflexiones sobre el Rol de la Política y los Partidos
Por Juan Severo
En medio de la profunda crisis política y social que atraviesa Argentina, surgen preguntas inquietantes que no podemos seguir ignorando. La política, en su esencia, es una herramienta esencial para que la sociedad se organice, tome decisiones y busque el bienestar común. Es el espacio donde se confrontan ideas, se construyen consensos y, en teoría, se priorizan las necesidades del pueblo. Sin embargo, en la práctica, la percepción de la política ha sido distorsionada, muchas veces debido a las acciones y actitudes de los propios protagonistas, lo que lleva a cuestionar la verdadera naturaleza de nuestra democracia y el papel de los partidos políticos.
Los partidos políticos, piezas fundamentales del sistema democrático, hoy se encuentran en una crisis de representación. Tanto el Peronismo, el PRO, el kirchnerismo, el Radicalismo, como el Partido Socialista y La Libertad Avanza —un partido que, a pesar de su corta vida, ya enfrenta tensiones internas— parecen más concentrados en la lucha por el poder y el control de recursos que en mejorar la vida de los argentinos. Los viejos dirigentes, aferrados a sus posiciones, han cerrado las puertas a nuevas voces y representaciones, lo que obstruye una necesaria renovación generacional. Esto no solo es un problema de egos y personalismos, sino una barrera que bloquea el surgimiento de líderes que realmente comprendan y se preocupen por las nuevas realidades y desafíos del país.
Este escenario nos plantea una pregunta incómoda: ¿Están los diputados, elegidos por el pueblo, realmente representando los intereses de sus votantes o están actuando como marionetas de los partidos que los propusieron? Hoy, vemos legisladores que, en lugar de defender los derechos de los ciudadanos, negocian en función de sus intereses personales o los de su provincia, sin importar si la ley que votan perjudica o favorece a la población. Es vergonzoso escuchar a algunos representantes justificando su falta de compromiso con argumentos egoístas, más centrados en sus propios beneficios que en el bien común.
Un ejemplo claro de la crisis de nuestra democracia es la imagen recurrente de las sesiones del Congreso, donde para aprobar una ley, se requiere la presencia de cientos de efectivos de seguridad, Gendarmes, Prefectura e incluso Escuadrones Caninos. Esto genera la inevitable pregunta: ¿Qué tipo de ley están aprobando si necesita protección policial para ser debatida? El sistema que debería estar al servicio del pueblo ha generado tal nivel de desconfianza que las decisiones políticas parecen más un conflicto entre intereses que una representación del verdadero sentir ciudadano.
En teoría, la política es el camino para que los ciudadanos participen en la toma de decisiones que impactan sus vidas. Los partidos políticos, en este contexto, deberían ser las estructuras que canalizan las demandas sociales, organizan la participación ciudadana y presentan alternativas de Gobierno. Sin ellos, el sistema democrático no puede funcionar, ya que son los vehículos a través de los cuales se expresa la voluntad popular. Sin embargo, hoy esos vehículos parecen averiados, perdiendo de vista su propósito original.
Es urgente que los dirigentes actuales, aquellos que han ocupado cargos de poder durante años, reconozcan la necesidad de dar un paso al costado. En lugar de aferrarse al poder, deberían utilizar su experiencia para asesorar y guiar a las nuevas generaciones, permitiendo así un recambio generacional que ofrezca nuevas ideas y compromisos sinceros con la transformación del país. y , este mismo principio de renovación y apoyo a las nuevas voces es clave para garantizar que las necesidades de todos, desde los más jóvenes hasta los mayores, estén representadas y atendidas.
La falta de representatividad que hoy experimentamos es peligrosa, porque si los ciudadanos no se sienten identificados con quienes los representan, la democracia misma entra en crisis. Los partidos políticos deben reformarse desde adentro, volver a sus principios fundacionales y recordar que su misión es servir al pueblo, no a los intereses de unos pocos dirigentes.
En conclusión, la democracia argentina enfrenta un desafío crucial: renovarse o seguir cayendo en la desconfianza y el desencanto de su ciudadanía. La política es una herramienta poderosa, pero si no se utiliza con responsabilidad, puede perder su valor y ser percibida como un mecanismo de opresión en lugar de representación. Es momento de que los dirigentes comprendan que el poder es un medio, no un fin, y que su verdadero rol es construir un país más justo, equitativo y en sintonía con las necesidades reales de su gente.