La hipocresía del poder frente al juego: Entre ilusiones y recaudaciones
Por Juan Severo
En cada esquina de la Provincia de Buenos Aires se erige un silencioso testimonio de la hipocresía de nuestras autoridades: las agencias de lotería, los bingos y, ahora, las plataformas de apuestas online. En un contexto donde millones de bonaerenses apenas logran llegar a fin de mes, el juego aparece como una ilusión de escape, un refugio desesperado para quienes ven en la suerte su única esperanza de progreso. Mientras tanto, los gobernantes celebran las cifras récord de recaudación, sin hacerse responsables de los costos sociales y humanos de esta industria.
La agencia de lotería, omnipresente en cada barrio, se convierte en un espacio donde quienes menos tienen gastan sus monedas con la esperanza de cambiar su suerte. Es un mecanismo perverso, el Estado, que debería garantizar derechos básicos como el trabajo digno, la vivienda y la educación, se lucra de la desesperanza de sus ciudadanos.
Más allá de la lotería, los bingos, que inicialmente se justificaban como espacios recreativos en destinos turísticos, hoy proliferan en zonas urbanas y suburbanas, atrayendo a los sectores más vulnerables. Las luces brillantes y las promesas de premios millonarios ocultan una realidad oscura, la adicción al juego, la ruina económica de muchas familias y el desvío de recursos que podrían destinarse a necesidades más apremiantes.
La apuesta online: un nuevo frente de hipocresía
Con la llegada de las plataformas de apuestas online, la problemática ha escalado a niveles alarmantes entre los jóvenes. Estas plataformas, accesibles desde cualquier celular, eliminan las barreras físicas que antes limitaban el acceso al juego. Ahora, un clic basta para que miles de personas apuesten lo que no tienen, agravando el endeudamiento y la exclusión social.
Por si fuera poco, los grandes equipos de fútbol argentinos lucen en sus indumentarias los nombre de las plataformas de apuestas
La Provincia de Buenos Aires celebró recientemente haber recaudado más de 13 mil millones de pesos en concepto de juego. Este dato, presentado como un logro, es en realidad un espejo de nuestra decadencia social. ¿De dónde sale ese dinero? De las clases trabajadoras, de los jubilados que buscan un alivio a su magra pensión, de quienes ven en el juego una esperanza frente a un Estado ausente.
¿Dónde están los programas de prevención de la ludopatía? ¿Qué se hace con esas millas de millones recaudados? Esos fondos, que deben reinvertirse en salud, educación y vivienda, muchas veces terminan diluidos en un sistema que prioriza los números antes que las personas.
Es urgente que los gobernantes, tanto a nivel nacional como provincial y municipal, asuman su responsabilidad en esta crisis. El juego no es solo una cuestión de recaudación, es un tema de salud pública, de justicia social y de ética.
- Regulación estricta del juego online y: Limitar su publicidad, especialmente en espacios deportivos y medios masivos, y garantizar controles más estrictos sobre las plataformas físicas digitales.
- Reinversión en prevención y educación: Destinar un porcentaje fijo de la recaudación al tratamiento de la ludopatía y a campañas de concientización sobre los riesgos del juego.
- Restricción geográfica de bingos y casinos: Ubicarlos únicamente en zonas turísticas, lejos de los centros urbanos y suburbanos donde viven las poblaciones más vulnerables.
- Promoción de alternativas recreativas: Fomentar actividades culturales, deportivas y educativas que ofrecerán una salida real al ocio y la desesperanza.
Conclusión: ¿un Estado al servicio de los ciudadanos o de la recaudación?
La crisis del juego en la Provincia de Buenos Aires no es solo económica, sino también moral. Un Estado que se beneficia del sufrimiento de sus ciudadanos es un Estado que ha perdido su rumbo.
El desafío es claro: construir políticas que prioricen el bienestar de las personas sobre los ingresos fáciles, y devolverles a los bonaerenses una esperanza basada en derechos, no en ilusiones. Solo así podremos empezar a sanar las heridas de una sociedad cada vez más fragmentada y desigual.