Los espejitos del poder y la democracia sin control

Por Juan Severo
En páginas anteriores hablaba de la teoría de los tres poderes y de los organismos de control que, en nuestro país, no controlan. No porque no puedan, sino porque están acéfalos por decisión de los que gobiernan. Cuando votamos a un presidente, a un gobernador o a un intendente, no estamos eligiendo a un Monarca. No les vendemos nuestras vidas, ni les entregamos un cheque en blanco. Votamos a un administrador, alguien que tiene el deber de cuidar nuestra economía, nuestros recursos naturales y el bienestar de la sociedad.
Lo mismo ocurre con los legisladores: los elegimos para que legislen en favor del pueblo, para que controlen al Poder Ejecutivo, para que limiten los abusos y no se conviertan en socios del poder de turno. Sin embargo, hoy estamos atravesados por una campaña electoral vacía, plagada de publicidades donde los candidatos a diputados no hablan de propuestas, ni de soluciones.
Nadie explica cómo evitar que se repitan tragedias como el triple crimen; nadie se anima a hablar del narcotráfico que se mete en cada barrio y devora a nuestros pibes y pibas; nadie propone cómo enfrentar la inseguridad, el desempleo, la deserción escolar o la crisis sanitaria. Todos hablan, pero nadie dice nada.
Mientras tanto, el presidente Milei continúa con su discurso ensayado: acusa a sus antecesores de todos los males del país, pero al mismo tiempo repite las mismas prácticas que condenaba. Pidió 20 mil millones de dólares al FMI, otro tanto a financieras internacionales, y ahora el gobierno de Estados Unidos le otorgó otros 20 mil millones “de ayuda”. ¿A cambio de qué? Nadie lo sabe. Y lo más grave: nadie lo pregunta.
El Congreso, que debería ser la voz del pueblo, está en silencio. Apenas algunos diputados, en soledad, se animan a esbozar una crítica o una advertencia. El resto, sigue en campaña, discutiendo en los sets de televisión, preocupados más por las encuestas que por el hambre o el desempleo.
Si no cambiamos la forma en que entendemos la democracia, la historia se seguirá repitiendo. En la conquista de América, los españoles bajaron de los barcos con la Biblia y los espejitos de colores. Los pueblos originarios se quedaron con los libros y las baratijas, y los conquistadores se quedaron con las tierras.
Cinco siglos después, seguimos cayendo en el mismo engaño. Los espejitos ahora son los slogans, las promesas de campaña, los discursos huecos. Y los que se quedan con las tierras, hoy transformadas en recursos, en dólares o en poder, son los mismos de siempre.
Por eso, más que nunca, necesitamos abrir los ojos, recuperar la memoria y organizarnos como ciudadanía. No alcanza con indignarse en las redes o quejarse en la sobremesa. Es hora de exigir que los organismos del Estado funcionen, que los diputados controlen, que el presidente rinda cuentas y que el pueblo vuelva a ser protagonista.
Porque sin control no hay república,
y sin participación no hay futuro.
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