Gremiales

LOS MÁRTIRES DE CHICAGO

LA JORNADA DE OCHO HORAS.

En el siglo XIX, la lucha por la jornada de ocho horas, provocó un movimiento internacional que se tradujo en innumerables actos, movilizaciones y huelgas, en las que se destacan por la combatividad que ponen en ello, los militantes del anarquismo.

JOSÉ MARTÍ Y SU CRÓNICA PARA EL DIARIO LA NACIÓN.
En el siglo XIX, la lucha por la jornada de ocho horas, provocó un movimiento internacional que se tradujo en innumerables actos, movilizaciones y huelgas, en las que se destacan por la combatividad que ponen en ello, los militantes del anarquismo.
En Estados Unidos, ya en 1829, se registra un petitorio presentado en la legislatura del Estado de Nueva York. Para 1886, diecinueve Estados y un Territorio, tenían leyes que regularon una jornada legal que iba entre las ocho y las diez horas.
En 1886, en la ciudad de Chicago, Estado de Illinois, centro industrial sumamente importante, las condiciones de trabajo eran extenuantes y el movimiento obrero bregaba por conseguir el límite legal, llegando a la huelga en reiteradas oportunidades.
La represión se manifestó con particular violencia. Poco tiempo antes de los hechos de Chicago, en Milwaukee, una de esas huelgas había provocado una represión policial que dejó nueve muertos y un tendal de heridos. Hechos de ese tenor se repitieron en en Filadelfia, Louisville, Saint Louis, Baltimore.
Las movilizaciones que se llevaron a cabo el 1º de Mayo de 1886, en Chicago sucedían en ese contexto y encontraron en el empresariado local y la prensa que respondía a sus intereses una dura resistencia.
Las empresas contestaron el lock out patronal y un movimiento de cerca de 40.000 trabajadores en huelga, llevaba actos de denuncia de la situación e insistía en el reclamo de establecimiento de la jornada máxima de ocho horas.
Uno de esos actos sucedió el 3 de mayo, frente a las grandes fábricas de maquinarias agrícolas McCormick Hervester Works, cuando un grupo de huelguistas se enfrentó con los esquiroles y la policía privada (los pinkerton) contratados por la patronal. La policía reprimió salvajemente a obreros, incluidos sus compañeros y niños y dejó por lo menos seis muertos entre ellos y más de cincuenta heridos.
La huelga se endureció y los actos de repudio y organización del sepelio de los muertos y ayuda de los heridos se sucedieron.


Al día siguiente, culminaron esas movilizaciones, en un acto público que había sido autorizado por el Alcalde de la ciudad y al que había acudido personalmente para controlarlo. El acto se llevó a cabo en Haymarket Square, en el centro del distrito de aserraderos y frigoríficos y a media cuadra de la comisaría que allí existía. Cuando el acto estaba terminando y quedaban un pequeño grupo de trabajadores escuchando al último orador de los muchos que habían hablado en la improvisada tribuna, y el Alcalde ya se había retirado del lugar, un fuerte contingente policial carga sin que nada autorizase a tal hecho, sobre la multitud y en esas circunstancias, una bomba arrojada contra los policías, provoca la muerte de uno de ellos.

Nunca se pudo identificar debidamente al autor del atentado, ni llegar a saber ni siquiera, si era una acto de provocación, instrumentado desde los grupos de represión.
José Martí, para entonces corresponsal del diario La Nación, publicó el 11 de noviembre de 1886, una crónica que sacudió la conciencia social de los argentinos y terminó así:
«Ya vienen por el pasadizo de las celdas, a cuyo remate se levanta la horca; delante va el alcalde; al lado de cada reo marcha un corchete; Spies va a paso grave, desgarrados los ojos azules, hacia atrás el cabello bien peinado, magnífica la frente; Fischer le sigue, robusto y poderoso, enseñándose por el cuello la sangre pujante, realzados por el sudario los fornidos miembros. Engel anda detrás, a la manera de quien va a una casa amiga; sacudiéndose el sayo incómodo con los talones. Parsons, como si no tuviese miedo a morir, fiero, determinado, cierra la procesión a paso vivo. Acaba el corredor y ponen el pié en la trampa; las cuerdas colgantes, las cabezas erizadas, las cuatro mortajas… Una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos se caen a la vez en el aire, dando vueltas y chocando…».

Los otros tres condenados a prisión, fueron Feelden, Neebe y Schwab.
José Martí, envió al diario La Nación ésta comunicaciòn referida al infame cumplimiento de una sentencia que conmovió al mundo. El diario porteño, publicó un extracto de esta carta.                                                                                                                                                                                                                                               Nueva York, Noviembre 13 de 1887.
Señor Director de La Nación:

Ni el miedo a las justicias sociales, ni la simpatía ciega por los que las intentan, debe guiar a los pueblos en sus crisis, ni al que las narra.
Sólo sirve dignamente a la libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores. No merece el dictado de defensor de la libertad quien excusa sus vicios y crímenes por el temor mujeril de parecer tibio en su defensa.
Ni merecen perdón los que, incapaces de domar el odio y la antipatía que el crimen inspira, juzgan los delitos sociales sin conocer y pesar las causas históricas de que nacieron, ni los impulsos de generosidad que los producen.
En procesión solemne, cubiertos los féretros de flores y los rostros de sus sectarios de luto, acaban de ser llevados a la tumba los cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la horca, y el que por no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, su selvoso cabello castaño.
Acusados de autores o cómplices de la muerte espantable de uno de los policías que, intimó la dispersión del concurso reunido, para protestar contra la muerte de seis obreros, a manos de la policía, en el ataque a la única fábrica que trabajaba a pesar de la huelga: acusados de haber compuesto y ayudado a lanzar, cuando no lanzado, la bomba del tamaño de una naranja que tendió por tierra las filas delanteras de los policías, dejó a uno muerto, causó después la muerte a seis más y abrió en otros cincuenta heridas graves, el juez, conforme al veredicto del jurado, condenó a uno de los reos a quince años de penitenciaría y a pena de horca a siete.
De la tiniebla que a todos envolvía, cuando del estrado de pino iban bajando los cinco ajusticiados a la fosa, salió una voz que se adivinaba ser de barba espesa, y de corazón grave y agriado: “¡Yo no vengo a acusar ni a ese verdugo a quien llaman alcaide, ni a la nación que ha estado hoy dando gracias a Dios en sus templos porque han muerto en la horca estos hombres, sino a los trabajadores de Chicago, que han permitido que les asesinen a cinco de sus más nobles amigos!“… La noche, y la mano del defensor sobre aquel hombro inquieto, dispersaron los concurrentes y los hurras: flores, banderas, muertos y afligidos, perdíanse en la misma negra sombra: como de olas de mar venía de lejos el ruido de la muchedumbre en vuelta a sus hogares. Y decía el “Arbeiter Zeitung” de la noche, que al entrar en la ciudad recibió el gentío ávido: “¡Hemos perdido una batalla, amigos infelices, pero veremos al fin al mundo ordenado conforme a la justicia: seamos sagaces como las serpientes, e inofensivos como las palomas!”
José Martí.


La Nación, Buenos Aires, 1 de enero de 1888.
Fuente:http://seniales.blogspot.com.ar/2012/05/los-martires-de-chicago-por-jose-marti.html

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