«Milei, Espert y la doble vara de la corrupción que hipoteca el futuro argentino”

Por Juan Severo
Cuando Javier Milei era panelista de televisión o se paseaba por los canales repitiendo sin titubear que, mientras llegaran dólares, no importaba de dónde vinieran. Podían ser del narcotráfico, del contrabando, de la evasión fiscal o de negocios turbios: para él, eran héroes los que lograban escapar de las “garras del Estado”. No eran simples declaraciones al calor de un debate, eran una forma de concebir la economía y el país.
Hoy, ya en el sillón de Rivadavia, pareciera que Milei no mintió. Hizo lo que decía. Sobran ejemplos: el misterioso avión que nadie aclaró qué trajo o qué se llevó, la operación de “ Libra”, los audios del funcionario Diego Spagnuolo denunciando sobornos en el organismo que el conducía que incriminan en la polémica del 3% de Karina Milei. Todo bajo un manto de sospecha, silencio y complicidad oficial.
Lo llamativo es que esa flexibilidad no se aplica en todos los ámbitos. Con los jubilados, los trabajadores y los pobres, el gobierno es implacable. No hay contemplaciones: ajuste, recorte, represión y estigmatización. Con los grandes capitales, aunque sean de dudoso origen, se despliega la alfombra roja.
En este contexto, la denuncia que Estados Unidos impulsó contra José Luis Espert por operaciones sospechosas de lavado y que calificó como “grave” adquiere un peso político singular. La vara internacional empieza a poner en evidencia lo que el propio gobierno relativiza: el dinero sucio que ingresa al país no es desarrollo, es vulnerabilidad.
La comparación inevitable es con el caso de Cristina Fernández de Kirchner, condenada por corrupción. Allí, la justicia local actuó con dureza ejemplificadora que todavía divide opiniones, pero que terminó con una sentencia firme. En el caso Milei, las sospechas son minimizadas, naturalizadas o presentadas como simples conspiraciones políticas. La doble vara queda a la vista: cuando se trata del poder financiero, se protege; cuando se trata de un adversario político, se condena.
Milei prometió terminar con la “casta” y con los corruptos. Pero lo que vemos es otra casta, más peligrosa: la de los negocios turbios que se disfrazan de inversiones. En ese reemplazo, la corrupción tradicional del poder político se transforma en corrupción estructural del modelo económico.
La pregunta, entonces, no es si Milei cambió. La pregunta es si alguna vez fue distinto de lo que hoy muestra en el gobierno. Porque tal vez lo más inquietante no sea que nos mintió, sino que siempre dijo la verdad.
Por eso, el desafío no es solo denunciar la hipocresía del poder, sino animarnos como sociedad a no aceptar más dobles varas. La ciudadanía debe ser protagonista, exigir transparencia real y no dejarse engañar por relatos que cambian de máscara pero no de esencia. Porque si la corrupción cambia de forma pero se perpetúa, el futuro seguirá hipotecado. Y ahí la responsabilidad es también nuestra: decidir si seguimos siendo espectadores o nos convertimos en actores de la transformación.



