René Favaloro: el médico que operó corazones, pero murió por culpa de una Nación indiferente

Por Juan Severo
René Favaloro no fue un médico cualquiera. Fue un hombre íntegro, un científico brillante, un patriota inquebrantable. Pero, sobre todo, fue un argentino comprometido con la dignidad, la ética y la justicia social. Nació en La Plata, criado por un carpintero y una modista, y desde niño aprendió el valor del esfuerzo, del conocimiento y de la sensibilidad. Su abuela materna, le enseñó a ver belleza hasta en una rama seca. Y con esa mirada luminosa, humanista, abrazó la medicina.
Su historia podría haber quedado limitada a los quirófanos, a los congresos médicos y a los libros de cardiología, donde se lo reconoce como el creador del bypass coronario. Pero Favaloro fue mucho más que eso. Fue un militante de la salud pública. Un luchador por una Argentina mejor. Un soñador que, a diferencia de tantos otros, puso sus sueños en práctica: fundó la Fundación Favaloro, con la idea de devolverle al pueblo lo que el pueblo le había dado. Medicina de excelencia al servicio de todos. Sin importar billeteras, ni cargos, ni padrinazgos.
Pero su final fue tan injusto como revelador. Murió en soledad. Murió endeudado. Murió esperando respuestas de un Estado sordo. El 29 de julio del año 2000, se disparó en el corazón. Justo él, que había dedicado su vida a curarlos.
No fue un acto de debilidad. Fue un grito desesperado, un último intento de sacudir las conciencias. Lo dijo en una de sus últimas cartas: “Ya no puedo luchar contra la corrupción, la indiferencia, la hipocresía”. Y tenía razón. Mientras la Fundación Favaloro se caía a pedazos por falta de financiamiento, el Estado y las obras sociales le daban la espalda. Nadie quiso escuchar. Nadie quiso ayudar.
Y no se trataba solo de dinero. Se trataba de valores. De dignidad. De coherencia. De poner la ética por encima de los acomodos. De decir “no” cuando todo alrededor te empuja a decir “sí”. Como cuando en 1949 le ofrecieron un puesto en el Hospital Policlínico y debía firmar una adhesión a la doctrina oficialista de aquel entonces. Eligió no firmar. Eligió su libertad. Eligió sus principios. Eligió ser fiel a sí mismo, aún cuando eso le costara la estabilidad profesional.
Ese fue Favaloro: un médico que nunca se vendió, un hombre que nunca tranzó, un patriota que nunca se arrodilló.
Hoy, a más de dos décadas de su muerte, su figura sigue doliendo. No por nostalgia, sino por la herida abierta que dejó su final. Porque la Argentina que lo dejó morir sigue vigente. Porque los recursos públicos siguen yendo a bolsillos equivocados. Porque se siguen vaciando hospitales, subejecutando presupuestos en salud, y dejando que los que menos tienen sigan esperando atención digna.
René Favaloro no murió por una bala. Murió por un país indiferente. Murió por una dirigencia que todavía no entiende que la ética es más importante que la rentabilidad. Murió por todos nosotros, pero también como advertencia. Porque si no cuidamos a nuestros mejores hombres y mujeres, si no defendemos a quienes entregan su vida por el bien común, no hay futuro que valga.
Hoy, más que nunca, hace falta una Argentina que deje de mirar para otro lado. Que abrace el legado de Favaloro no con homenajes vacíos, sino con hechos. Con decisiones. Con políticas. Con justicia.
Porque nadie más debería morir como él.
Porque la salud no es un negocio.
Porque el corazón de la patria también necesita ser operado.
¡Gracias, doctor Favaloro!
No lo olvidamos. No lo perdonamos.
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