El domingo a la medianoche me topé, como los demás, con la nueva realidad laboral: la Agencia Télam estaba siendo vallada por fuerzas de seguridad. Al rato, llegó el aviso de las autoridades de una “dispensa laboral” de una semana. Otro rato después, la página web había dejado de existir. El WhatsApp era un continuum de malas noticias.
Al día siguiente se convocó a un abrazo simbólico en la sede de la calle Bolívar, cuyo acceso estaba cercado por patrulleros más efectivos más vallas, conformando una escenografía que no habría envidiado la Berlín de la Guerra Fría.
Así, de un día para el otro, nos dimos cita centenares de colegas -trabajadores actuales de Télam o de otros tiempos y lugares-, por lo que resultó un buen momento para saludarse, reconocerse, contarse cosas o darse el pésame, según el gusto.
En ese punto entre el casco histórico de la ciudad y el no menos histórico barrio de San Telmo, centenares de personas procedieron al abrazo simbólico a una agencia mayorista de noticias e imágenes con incierto futuro.
“Advertimos que estamos todos juntos metidos en esto, lo que nos acerca bastante a un triunfo. Nadie aún dijo haber escrito el último cable”.
Los días que siguieron se formalizó una nueva rutina: acercarse en el horario de trabajo y quedarse ahí, hasta donde dejen las vallas, haciendo lo que se puede: conversar, tomar mate, sacar fotos como registro de este limbo laboral en el que nos encontramos.
La desazón se combate con pequeños episodios: dos vecinas que ofrecen traer café o agua para el mate, los bocinazos de adhesión, algún grito favorable desde alguna bicicleta. Pequeños abrazos callejeros.
Mientras, la vocación periodística por saber varios temas en general derivó en pesquisar qué pasará con Télam en particular, salpimentado por el dolor de cadera que suele aparecer después de varias horas sostenidos sobre el increíblemente duro empedrado de Bolívar, que hace más héroes a nuestros héroes patrios.
Llegados a la víspera del fin de semana, somos periodistas que no sabemos (casi) nada de nuestro futuro -lo que puede ser visto como un fracaso- pero advertimos que estamos todos juntos metidos en esto, lo que nos acerca bastante a un triunfo. Nadie aún dijo haber escrito el último cable.