Violencia narrativa: La estrategia comunicacional del Gobierno
A la par de los palos de Gendarmería, el Presidente y los suyos ejercen la represión discursiva permanente. Cultura falocéntrica y paranoia antiinsurgente para convertir la conversación pública en un ring. Entrevista al periodista Franco Torchia y la socióloga Sol Montero.
Por Emiliano Guido | El Gobierno nacional hiere la piel del pueblo sublevado arrojando gas pimienta, pero también lastima a sus contrincantes políticos con la lengua cargada de hiel de sus portavoces. Si las palabras pesaran como piedras, los rivales políticos y sociales de Javier Milei tendrían el cuerpo plagado de magulladuras. A diario, en una rara ofensiva narrativa maccartista e integrista, que tiene como insumos teóricos la mala educación sexual de las plataformas porno y la doctrina antisubversiva de los años 70, el Presidente Javier Milei, sus ministros, o la Vicepresidenta Victoria Villarruel, hostigan con mensajes ofensivos contra las disidencias sexuales y asumen consignas políticas del último terrorismo de Estado.
Franco Torchia, periodista especializado en diversidades sexuales, la socióloga Sol Montero, investigadora sobre discurso político en la universidad nacional UNSAM y el CONICET, coincidieron en esta entrevista para dialogar sobre el tópico en la primera producción periodística conjunta entre Canal Abierto y la revista electrónica Malas Palabras. A continuación, la charla completa y una síntesis de los pasajes salientes.
El presidente Javier Milei malsexualiza su discurso político. Los ejemplos son recurrentes: en en Instagram asoció la cultura progresista al “sexo gay”; cuando asume un logro económico espeja la supuesta derrota de sus oponentes en el trasero rojizo de los mandriles. Al respecto, Torchia, comunicador pionero en abordar desde la pantalla chica la diversidad sexual con un sesgo democrático, expresó: “Respecto de lo que podemos denominar culofobia, la verdad es que hay antecedentes, me atrevo a decir imperturbables en el discurso del poder político en Argentina, y también en cierto discurso social. El ejemplo más concreto es lo que ocurre con el fútbol. Por ejemplo, en los cánticos de las tribunas está instalado como una metáfora de victoria la idea de que romper el culo es siempre un ejercicio de quien humilla. Ahora, que dicha homofobia sea parte del discurso oficial diario, que el Presidente sea un mandatario hoy premiado por (Jair) Bolsonaro por tener el culo cerrado, porque ese es el premio que le entregó Bolsonaro hace unos meses, nos pone ante una clara homofobia de Estado”.
“Aquí no vale decir que sigue vigente la ley de matrimonio igualitario, por citar un ejemplo advirtió a su vez-. Y menos hoy, donde una unidad ejecutora del Ministerio de Salud busca derogar el artículo más importante de la Ley de Identidad de Género, que es el de la atención integral de las identidades trans en el sistema público y privado de salud. Es decir, la atención vinculada a la hormonización o intervenciones quirúrgicas. Ya están preparando su derogación. Eso es un trato de homofobia, de odio concentrado hacia las personas LGBTIQ+, de rechazo deliberado hacia las personas LGBTIQ+, políticas de exclusión que hay que poder captar incluso en sus sutilezas, no solamente en sus obviedades”.
Por su parte, consultada por el peso de las redes sociales como canal concéntrico de la discusión político, Sol Montero especificó lo siguiente: “La puesta en escena de la adversidad política, del antagonismo, no es nueva, casi diría que es constitutiva de toda puesta en escena del discurso político. Entonces, teniendo en cuenta esas continuidades creo que la pregunta es cuál es la especificidad del caso que estamos viviendo en la actualidad. Diría que el rasgo característico de la violencia narrativa oficialista tiene que ver con esta identificación permanente con las emociones, pero no de las emociones en un sentido amable y ameno, sino con la puesta en escena de una subjetividad totalmente descarnada por parte del Gobierno, en la cual lo que prima son los prejuicios y todo tipo de insultos y violencia simbólicas hacia el otro”.
“La cuestión de los años 70 es un elemento que no solo permite desplegar esta emocionalidad sin tapujos, sino que posibilita fortalecer este aparato teórico, en el cual la batalla cultural es un concepto central. Y en esa batalla se repiensa el progresismo, se repiensan los derechos sociales y el feminismo. Y subvierten esas banderas con argumentos, muchas veces falaces, pero que tienen una estructura argumentativa. En este contexto, creo que la reivindicación de la violencia en los 70, sobre todo asociada a la relectura del enemigo político, ligada al comunismo o izquierda cultural, es un elemento que contribuye a construir una narrativa histórica. Se trata de un discurso que, desde el Estado, no solo descalifica al otro, pretende ubicarlo por fuera del campo político y restarle legitimidad para hablar”, agregó.
Penes y picanas
El tercer eje de la conversación pasó por la aparente disociación entre la supuesta velocidad modernizadora del proyecto económico con el orden sexista del Gobierno cuya línea de tiempo corre evidentemente en sentido contrario. Al respecto, Torchia opinó: “Es una pregunta súper pertinente porque lo que entendemos por género tiene una capacidad fuertemente estructurante y desestructurante, y eso explica por qué gobiernos como el de Javier Milei convierten al género en su máximo enemigo. ¿A qué me refiero? Cuando la velocidad de la modernización prometida empieza a ser cada día más imposible, menos tangible, prometer una restitución o, incluso, una restauración sexo genérica implica prometer algo posible, y sobre todo muy efectivo en términos discursivos por su efecto tranquilizador para cierta parte de la población. Allí donde un ciudadano observa que se desmorona su familia, que se escurre la identidad de tu hijo o de tu hija, que alguien de su familia abraza la diversidad corporal, el Gobierno viene a contarte que la normalidad respecto de Dios, Patria y Familia va a ser restituida. El Gobierno pone celo en esto porque allí donde hay una especie de revolución sexual o revolución de género, nada vuelve a su lugar”.
Por último, Sol Montero ahondó sobre los alcances transformadores que tienen las redes sociales al momento de condicionar la conversación pública: “El estilo de confrontación del Gobierno está asociado a que las redes son un lugar donde efectivamente el tono es conversacional, tiene la forma de uno a uno donde se habla en primera persona. Entonces, puede ser que el tono general de la discusión política esté marcado por la lógica de las redes; ni hablar de Tik Tok donde los elementos audiovisuales y lo paratextual le da este tono más informal o lindando con lo juvenil”.
Por último, Montero agregó “un elemento que tiene que ver con esta relación problemática con la verdad, esta cuestión de las fake news. No se trata de mentiras explícitas porque a veces son tergiversaciones, exageraciones, o ficciones. Es más, existen piezas de inteligencia artificial donde se proyectan las fantasías del Gobierno, por ejemplo las imágenes de masculinidad hegemónica. Aunque no creo que sea exclusivo de este gobierno, uno puede encontrar algunos elementos de postverdad en discursos políticos anteriores”.
Entrevista: Emiliano Guido, editor de Malas Palabras
Fuente: https://canalabierto.com.ar